Que nadie piense que esto va de tejanos, como llamábamos a los pantalones del Far West. Nada que ver. Blue Jeans es el nombre comercial del ídolo literario de las adolescentes. Si no lo conoce, no se considere un inculto. No tiene por qué, salvo que tenga una hija teenager y lectora. Fin de semana en la Feria del Libro de Madrid. Más de tres horas en la cola para conseguir un libro firmado por el autor fetiche dan fe del fenómeno. Y dan mucho de sí. Da tiempo a que haga un sol de justicia y a que gotee amenazando tormenta. Da tiempo incluso a reflexionar. Lo cierto es que resulta gratificante ver a cientos de adolescentes (todo chicas) haciendo una cola interminable en perfecto orden, sin una palabra más alta que otra y por un motivo relacionado con la lectura. Por lo menos no están haciendo botellón, mejor esto que las groupies histéricas del insustancial de Justin Bieber, o peor aún del que perpetra el insufrible Despacito. Así se consuelan los padres a punto de desfallecer.

Blue Jeans, el autor, es el seudónimo de Francisco de Paula Fernández, un sevillano de 40 años con cara de niño. Paco, para sus amigos, estudió periodismo, abrió un blog, en el que dio a conocer sus historias románticas. Everest publicó sus primeros libros y Planeta hizo estallar su boom. Lleva publicados once títulos en tres series diferentes y se ha convertido probablemente en el mayor best seller español.

Se mide en ventas, de tú a tú, con la mismísima J. K. Rowling. Confieso que no lo he leído. Sé que sus novelas son una mezcla de fantasía y romanticismo, con abundantes sorpresas en la trama. En la enorme cola (yo tenía el número 141 y no era el último) no había un solo chico.

La explicación de mi hija es que los chavales apenas leen y son más de videojuegos. Así que estamos ante un fenómeno femenino.

Cuidado, porque si regala a su hija un libro de Blue Jeans, para niñas, lo mismo le acusan de sexista. Pero así es la juventud que nos viene. Los de mi época no leíamos libros para chicas. Los chicos a esa edad leíamos resúmenes ilustrados de las novelas de Verne, las intrigas de Hitchcock o a la aventuras de Los Cinco. Por no hablar del Corazón de Edmundo de Amicis, con el que tantos aprendimos a leer en el profundo franquismo.

La larga espera para llegar al ansiado autor me trajo a la memoria la única vez que fui víctima del fenómeno fan. Era el año 1973 o 1974. Mi amigo y cómplice lector José Luis Iglesias y yo vivimos una auténtica aventura, con un largo viaje en tren de por medio, para cubrir la gran distancia que entonces separaba El Entrego y Gijón. El objetivo del periplo era ver a Miguel Delibes en carne y hueso. El escritor vallisoletano, ya académico, daba una conferencia en un auditorio circular elevado, que no sé si seguirá existiendo en la Feria de Muestras.

Nos quedamos paralizados ante el ídolo, ni siquiera fuimos capaces de pedirle que nos dedicara un libro. Aquel encuentro nos llevó a devorar toda su obra con pasión y a convertir a Delibes no solo en un referente literario, sino también ético.

El fenómeno fan no es exclusivo de quinceañeras mitómanas. No hay más que ver las largas esperas para que PérezReverte, Ibáñez, Aramburu o Almudena Grandes firmen un libro. Que me perdonen estos venerables autores. No es mi intención equipararlos a Blue Jeans, aunque coinciden con él en las colas. Habrá quien diga que es literatura popular. Vale ¿y qué? No todos vamos a leer a Joyce o a Mann.

Afortunadamente, la vida es mucho más diversa. Y en cualquier caso para llegar al Ulises o a La montaña mágica, hay que pasar antes por Blue Jeans, ese imberbe cuarentón, con cara de niño bueno, camiseta negra, gorra de béisbol, playeros de colores, pantalón corto y sonrisa beatífica. Se merece un respeto una estrella de la literatura que es capaz, después de que haya cerrado su caseta, de sentarse durante dos horas en un banco para seguir dedicando palabras cariñosas a sus fans.

Ya está bien de escritores enfurruñados. Las adolescentes lo adoran y no precisamente porque sea guapo, sino porque tiene pinta de ser un buen tío y porque disfrutan leyéndolo. Tiene mucho mérito.