Hace poco pude conocer de primera mano la diferencia de trato que reciben las personas dependientes en el extranjero con el que reciben en España. Conocí el caso de una mujer de Irlanda del Norte que por salud tuvo que ser atendida en una residencia. La administración no le permitió volver a casa hasta que las obras que acondicionaran su domicilio a sus circunstancias no hubiesen finalizado, y comprobar que todo estaba tal y como sus necesidades ahora requerían. Las reformas incluían un baño a su medida (para minusválidos), una cama, una silla de ruedas y una grúa, sólo ´por si acaso´, ya que una persona que no pueda moverse tiene mucho más fácil coger peso o mucho más difícil ayudar a la hora de ser movida. Esto último era sólo por prevenir. Todos y cada uno de esos gastos salieron del dinero público, a pesar de que, en su caso, su situación económica le habría permitido asumirlo ella misma. Sin embargo, en Irlanda del Norte son conscientes de lo que es la dependencia, y mientras allí los dirigentes parecen ambicionar un país mejor con un Estado de Bienestar envidiable, aquí sólo ambicionan mejores casas, coches, mejores teléfonos, vacaciones. Una vida de lujo. Aquí, un dependiente recibe unos 300 euros -y para de contar- para todo lo que pueden necesitar, que no es poco. Si hay que recortar, lo primero es la dependencia, la salud y la educación. Aquello que nos puede hacer mejores. Pero, oiga, sí sabemos copiar cosas: acuérdense de subir impuestos, aun con las diferencias salariales. Las necesidades de un dependiente son las mismas allí y aquí.

La conciencia política, no.