He de confesar que muchas veces me siento como James Stewart en la grandiosa película La ventana indiscreta. Les cuento. Soy de esos que sufren las consecuencias de currar en casa. Desde la mesa donde trabajo contemplo las rutinas de cada uno de mis vecinos. La temprana hora a la que se levanta el del tercero, sobre las 06.30. El momento en que llegan los de la basura, sobre las 07.35. Cuándo la del bloque de al lado se asoma con su bata a mirar quién transita por la calle, entre las 09.30 y las 10.00. Como ven, los tengo controlados a todos. Sin embargo, hasta hace poco también sufrí a un vecino que le gustaba despertarse y despedir a su pareja tal y como vino al mundo. Y con las cortinas abiertas de par en par. Veía cómo ella se arreglaba, desayunaba y se marchaba mientas el otro, con todo ahí al aire, le daba sus arrumacos. Hasta ahí todo más o menos normal. La historia era verlo cómo, sobre todo en los meses de verano, estaba sobre el sofá viendo la tele. Me lo imaginaba todo sudado, con sus partes 'empapaicas' sobre aquel sitio en el que, seguramente, en algún momento lo tendría que compartir también o con sus suegros o su propia familia. Y qué quieren que les diga, no creo que sea de recibo. Gracias a Dios, hace un tiempo esa pareja se mudó, lo cual agradecen mucho mis ojos, se lo aseguro. Sin embargo, ahora la casa la habita otra pareja y por fortuna van vestidos. Sin embargo, no sé si habría que advertirles sobre los hábitos de uno de sus antiguos moradores...