Ncer es el comienzo del morir, aunque algunos se mueran de repente o más pronto que tarde. Paradójicamente es en la primavera, la estación vital por excelencia, cuando los estados depresivos alcanzan mayor auge, y la muerte se siente más cerca debido al inicio del ciclo natural, más incluso que en el otoño, estación gris que predispone al romanticismo, la tristeza y la añoranza.

El morir, hoy en día, ha dejado de ser un acto protocolario y los entierros una obra de caridad, gracias al pasotismo y la soberbia de la sociedad del llamado bienestar. Ya se intuía cuando los caballeros abandonaron el luctuoso brazalete en trajes y gabardinas y las damas se despojaron de los velos que proclamaban el dolor ante la pérdida del ser querido. El brazalete masculino fue sustituido, en vano intento, por un galón o un piquito de austero color negro en la solapa de los trajes. Qué decir de los niños, que del luto riguroso fueron los primeros en librarse influenciados por sentimentalismos maternales. Fue prácticamente en los setenta del pasado siglo cuando la sociedad vio con buenos ojos el prescindir del luto, con la banal afirmación de que la pena se lleva por dentro. Qué diferencia, amigo lector, con aquellos sufridos y hermosos tiempos, en los que familias al completo vestían de negro de los pies a la cabeza durante años, prescindiendo de risas y de ocios, comunicando así al mundo la sensible e irreparable pérdida en el seno familiar.

De otro lado, los avances en el campo de la electrónica, han rescatado del tiempo la moda de la fotografía post mortem, al no precisar de fotógrafos con sus pesados artilugios para retratar al difunto; gracias a los celulares actuales y con un discreto clikc, obtenemos el recuerdo imperecedero de quien se fue para siempre de este mundo hostil.

Morir en vacaciones no deja de ser una molestia para deudos y allegados, para todos, menos para el muerto; sobre todo si el adosado de la playa es alquilado, pues dos días de velatorio son dos días y cuestan un dinero. La rebaja del impuesto de sucesiones al 1% adoptado por el Gobierno murciano de Pedro Antonio Sánchez, me parece muy bien, así volverán con nuevos bríos las esquelas a los diarios y las necrológicas a las emisoras. Pues solo faltaba que después de pagar un dineral por el entierro, nos saquen los cuartos por heredar una miseria. Así volverán de nuevo las flores a los sepelios y los taxis del seguro de decesos, ya que últimamente familiares y allegados prescindían de toda la parafernalia funeraria para ahorrar cuartos. La sociedad de consumo exige prescindir de casi todo: ni una esquela, ni una flor, ni tan siquiera un kleenex para enjugar las lágrimas verdaderas o no, todo en beneficio de la economía de los vivos. La muerte se ha convertido en una mala ocurrencia, en un trastorno molesto que interrumpe nuestra rutina: el muerto al hoyo y el vivo a la playa, para qué quedarse una noche en vela junto a un difunto que ni siente ni padece. ¡Ah! qué tiempos aquellos cuando morir era toda una tragedia y el recuerdo perduraba entre sollozos más allá de los calendarios.

Si el viaje al otro mundo es una desgracia, peor puede ser si la Parca se deja caer en primavera. Una estación de vida que demanda las últimas tendencias de la moda, cuando la luz del sol nos invade y nos invita al despechugue y a broncearnos en el litoral. Para qué una fosa en propiedad si resulta mucho más higiénica una buena cremación, habría que adaptar a los tiempos el título de la obra de Casona: Prohibido suicidarse en primavera por algo más genérico y moderno como Prohibido morirse en primavera. La gente debe de morirse en invierno, con tiempo desapacible que es lo que pega a un buen óbito y un entierro de postín, sobre todo ahora, que en Murcia, según parece va a desaparecer el atraco del impuesto de sucesiones.