Las primarias del PSOE copan titulares cada día con más frecuencia, y más allá de las diferencias existentes entre los tres candidatos, parece que ninguno de ellos se ha desmarcado de la propuesta de modelo federal para el Estado que el partido viene defendiendo desde hace años. No voy a negar, como hacen los que se empeñan en fingir que aquí no ocurre nada, que en España tenemos un grave problema de cohesión territorial. Iré más allá: mientras que muchos quienes también lo reconocen señalan el problema a pesar del sistema de las autonomías, yo achaco el problema directamente al sistema de las autonomías.

El Estado autonómico se ideó, simplificando las cosas, para apaciguar a los nacionalismos vasco y catalán, que no eran en aquellos años abiertamente secesionistas, pero por ahí andaban. Se crearon así unas Comunidades autónomas a las que llamaron históricas, y otras que seguramente no tenían historia, a las que hubo que inventarles escudo, himno, bandera y día conmemorativo. Se puso en marcha un disparatado juego que convirtió a las provincias tradicionales en piezas de un puzle, y se crearon engendros artificiales y estrafalarios. A Castilla la Vieja se le amputó su salida al mar (la provincia de Santander, convertida en la autonomía de Cantabria) y la unió a las tres provincias leonesas para crear la inédita Castilla y León, privando a salmantinos, zamoranos y leoneses de su propia autonomía, León, a la que con mucha lógica podía habérsele unido Asturias. La provincia castellana de Logroño también fue elevada a categoría autonómica. A alguien se le ocurrió crear una especie de distrito gubernamental en el centro geográfico del país, y así nació la comunidad de Madrid. Como había que compensar a Castilla la Nueva de la mutilación de esta provincia, salomónicamente se desgajó a Albacete de Murcia, para crear Castilla-La Mancha. La no tan descabellada unión de Navarra y las tres provincias vascas se denegó. Y poco a poco se fue montando el actual disparate territorial que clamorosamente ha fracasado, porque no gusta ni a aquellos para los que se ideó (catalanes y vascos), ni a los demás españoles, que nunca nos lo terminamos de creer.

El PSOE dice tener la solución, que pasa por el Estado federal. Y no deja de llamar la atención que, en todos estos años, no hayan explicado exactamente qué estados deberían federarse. O, dicho de otra manera, cómo se federarían las supuestas naciones o nacionalidades españolas. Aseguraba Borges que ser argentino (y vale el ejemplo para cualquier otro país) es un acto de fe: los argentinos decidieron dejar de pensarse a sí mismos como españoles en cierto momento del siglo XIX para ser lo que ahora son. Por eso respeto que exista en España una conciencia nacional vasca o catalana. Pero hay que ser honestos, y reconocer que no existe conciencia nacional canaria, andaluza o valenciana (como mucho, cierta conciencia regional), o simplemente que no existe ningún tipo de conciencia riojana, murciana o manchega. ¿Qué propone, entonces, el PSOE? ¿Un federalismo asimétrico, que ahonde en la falacia constitucional de las Comunidades históricas y las que no lo son? ¿O ir más allá de la esquizofrenia autonómica actual y, apelando al 'café para todos', inventar las naciones madrileña, navarra o asturiana para que nadie se sienta menos? ¿Nos obligarían a los murcianos a formar parte de una nación en la que no creemos, porque no sentimos otra que la española? Porque, si lo que propone el PSOE es un auténtico Estado federal y plurinacional, el puzle autonómico no nos sirve como punto de partida ya que se montó siguiendo criterios políticos, económicos e ideológicos, y no intentando aunar, siquiera, sentires nacionales o regionales. Creo, por ello, que es de justicia exigir a los tres candidatos que nos expliquen exactamente qué quieren federar, porque no es admisible que presuman de poseer la panacea de los males territoriales de España, y la mantengan velada y envuelta en brumas.