Cudi se volvía a la grada lateral desde su banda izquierda y hacía ese movimiento con los brazos pidiéndole a la gente que animara, que se levantara, que conectara con el equipo. Es el mismo que hemos hecho mil millones de veces en los partidos en el patio, en la calle, en la playa o en el cuarto cuando simulábamos un remate a gol tirándonos en la cama, que se estrellaba en el larguero, y al levantarnos mirábamos a la grada y hacíamos de Cudi.

En el Murcia no han sido muchos los que hacían el gesto, y muy pocos los que conseguían mover a la parroquia y hacer vibrar a La Condomina. Sólo él respondía siempre, don José, claro. Nuestro Panadero de Archena, conocedor absoluto del secreto. Los que conseguían esa conexión maravillosa que se da en el fútbol entre afición, jugadores, equipo, escudo y que hace que los pelos se pongan de punta y el equipo funcione por encima de sus posibilidades, cuando se huele el gol en cada bocanada de aire, cuando el fútbol se vuelca contra el rival como si todos los balones fueran un córner cerrado a favor en el que vuela todo el equipo al remate. Cuando el gol parece cuesta abajo y los abrazos brotan desde segundos antes del clímax.

Ese fútbol total, que ahora se da en Alemania en todos los partidos de las tres primeras categorías de aquel fútbol, hoy indiscutible Rey de Europa con campos llenos y aficionados de su equipo, aquí sólo lo vemos a raticos, si acaso, una vez por temporada. No crean que importa demasiado la categoría. Esa conexión la está perdiendo La Liga y el fútbol español, a base de horarios y engordar a las vacas sagradas, desde hace años. Pero el otro día, como quien vuelve a ver la luz entre una maraña de fútbol de plástico, recordamos que el fútbol es pasión, y tuvo que ser en París, la ciudad de la luz, del amor€ la ciudad en la que un equipo hecho con millones pasó a jugar a esto con el arma secreta de este deporte, con el arma secreta de la vida, y ante el todopoderoso Barcelona invencible.

El fútbol Rabiot. El que convierte el ritmo cardiaco de miles de personas en la fuerza necesaria para ganar cada balón sólo porque se puede ganar. Rabiot fue el eje sobre el que giró todo lo que pasó el otro día. La ciudad se apoyaba en el futbolista francés y el resto de su equipo, una y otra vez, y todas las veces, mostraba esa fe, esa fuerza que venía de muchos sitios, pero sobre todo, de lo que es un equipo de fútbol, de lo que es cómo se consigue todo en la vida. Basta con creer, con saber que se puede, y es lo más difícil del mundo. Tiene tanto mérito que lo hagan jugadores fichados a golpe de talonario que jugadores de la cantera o de un equipo de barrio. El mérito que tiene ser capaz de creer con miles y hacerlo a la vez es lo que hace que en el fútbol pueda ganar cualquiera. Y que nos guste tanto. Aunque a veces nos olvidemos. Gloria al fútbol ´Rabiot´. Vale.