Aveces, escribes para ordenar tus ideas, tus pensamientos, tus emociones.

A veces, escribes porque no sabes qué pensar ni qué sentir ni qué piensas ni qué sientes.

A veces, lo único que puedes hacer, lo único que sabes hacer, lo único a lo que te atreves, es a escribir.

Recuerdo cuando escribía a escondidas, cuando pintaba a escondidas, cuando soñaba a escondidas y cuando vivía más por dentro que por fuera.

Recuerdo la sensación de no hacer nada bien, de no ser suficiente y, la verdad, no estoy segura de si esa sensación aún me acompaña y aún diría más, desconozco si quizá esa sensación está justificada.

¿Acaso valgo yo algo?

¿Cómo puede medirse eso?

¿Vales lo que produces, lo que generas?

¿Cómo se mide la valía de una persona?

¿Quién te pone el precio?

«No sabes hacer nada», me decías.

«Estás muy mal acostumbrada», insistías.

«Estás demasiado protegida, malcriada, mimada».

«Siempre te han sacado las castañas del fuego».

«Sólo estás a tus tonterías».

«No paras hasta que me pongo así, hasta que estallo»

«Parece mentira que todavía no me conozcas».

«Con lo fácil que es hacer las cosas bien».

«Qué desastre, esto no se abre así».

«Esto no va aquí».

«Te digo las cosas y no sirve para nada».

«Desnúdate y pésate".

«¿Has cogido azúcar? El nudo de la bolsa no está como yo lo dejé».

«¿Te has comido tú las galletas?».

«Toda esa grasa tienes que perderla».

«Estás pasada de kilos»...

Y, posiblemente, fuera verdad y, tal vez, no fueras tú quién para juzgarme ni para darme lecciones ni para evaluar mi aspecto ni decidir lo que debería comer o no, cómo debería llevar el pelo o si era oportuno o no que yo trabajase fuera de casa. Efectivamente, con nadie podrían estar mejor los niños que conmigo, eso no lo discuto y ellos, dedicarme a ellos era lo que con más fuerza me agarraba a la vida. Sin duda lo mejor que me ha pasado, lo más importante que he hecho sin discusión alguna, pero, curiosamente, de poco sirve en mi curriculum señalar que he sido veinticuatro horas madre, esposa y presa. Y, ¿sabes qué es lo peor? Que yo he sido tu cómplice. Yo, consintiendo, te he hecho creer que contabas con todos esos derechos y que yo te pertenecía, que aún te pertenezco.

Todo lo que pudiera abrir mi mente, todo lo que tendiese una puerta al mundo, todo lo que implicase ver otro tipo de vidas, de relaciones, a ti se te antojaba una amenaza.

Recuerda si no tus miedos cuando comencé una nueva carrera y qué poco duré en ella. «A saber dónde vas en realidad, me tengo que creer que vas a clase porque lo digas tú». Y cómo lo disfruté y qué viva me sentía entre las paredes de la Facultad.

¿Sabes qué? Cada palabra tuya, cada gesto, cada censura se fue posando en mi cabeza. Cada palabra, cada gesto, cada censura, aún me invalida y al tiempo, me hace dudar si acaso no es lo que merezco, si tal vez no hice lo suficiente, si a lo mejor vivía cómoda en aquello que no llamaré infierno, por respeto a otros que sin duda lo son. Quizá después de todo sí que soy una malcriada, una consentida, una inútil y una mimada. Aún no sé qué hay de cierto en todo eso. Aún desconozco tantas cosas. Todavía me puede la culpa y el remordimiento.

Hoy escribo porque no sé muy bien cómo estoy ni qué me está pasando ni dónde me encuentro ni qué culpa o responsabilidad tengo sobre todo aquello que trato de dejar atrás y sobre el punto exacto en el que ahora me encuentro.

Hoy escribo porque lo necesito y escribo sólo para mí. Así que no espero que nadie me entienda. Espero, desde luego, que tú no te ofendas. Espero, herida de muerte, no herirte a ti, bajo la sospecha de que también yo empuñaba el arma que me paralizaba.

Yo sé muy poco de casi nada, pero algunas cosas sí que sé. Y sé que ahora estoy mejor. Sé que vivo más feliz, más tranquila, más libre sin ti.

¿Qué pasa dentro de mí si me paro a pensar en todo aquello? Sentimientos encontrados. Confusión. Desconcierto. Incertidumbre. Malestar. Liberación. Alegría. Desilusión. Ilusión. Esperanza. Miedo. Dudas. Certezas.

¿Por qué aguanté tanto tiempo? ¿Por qué consentí todo aquello? ¿Por qué me sentía responsable de ti?

A veces, las sombras son demasiado alargadas y resulta difícil huir de su oscuridad. A veces, hay manos que siguen apretando tu cuello aunque haga mucho tiempo que ya no están sobre tu piel.

Hay lastres, querido lector, que siguen pesando después de soltarlos.