Hay injusticia social entre los que trabajan duro y ganan poco y los que no trabajan y reciben dinero público». El tuit es de François Fillon, candidato de la derecha a la presidencia en Francia, pero podría ser suscrito por cualquiera. Por ti, por mí, por cualquier trabajador cabreado que cobra una miseria por trabajar de sol a sol mientras ve como se ha despilfarrado o se despilfarra el dinero de todos en rescates bancarios, aeropuertos sin aviones, auditorios sin terminar o sueldos abultados para figurantes en Parlamentos de aquí y allá. Suscrito sí, porque la brevedad de los 140 caracteres de un tuit no dan para más explicaciones. Pero es más que probable que bajo esta aparente unanimidad ninguno de nosotros estuviera diciendo lo mismo. Porque la cuestión aquí radica en qué entiende cada uno por no trabajar y recibir dinero público. Y sobre todo, dónde pone uno el ojo y la flecha.

Católico conservador o reaccionario (así lo definen algunos tras su activismo contra el matrimonio entre personas del mismo sexo), el exprimer ministro se ha presentado ante los franceses como un hombre íntegro que quiere suprimir 500.000 puestos de funcionario, reformar la seguridad social para recortar sus prestaciones y acabar con el 'parasitismo' social. Su gran preocupación: el déficit del Estado. Eso, ahora que está en la oposición, porque cuando su partido, el de Chirac y Sarkozy, estaba gobernando, contrató como ayudante parlamentaria, siendo diputado, a su propia esposa, Penélope, sin profesión conocida. Una consejera aúlica que entre 1998 y 2012 acabó cobrando medio millón de euros del Parlamento. Con dos particularidades. La primera, que nadie recuerda haberla visto trabajar en todos estos años en la Asamblea Nacional. La segunda, que nadie sabe qué tipo de ayuda le prestaba ya que, como ella misma afirmó en una entrevista reciente en la prensa del corazón, siempre ha sido una madre de familia que nunca se ha entrometido en los asuntos políticos de su marido.

Los empleos ficticios políticos, señor Fillon, que sangran al Estado, no son menos escandalosos que algunas ayudas sociales cobradas indebidamente, que usted tanto denuncia. En España, señor Fillon, por ejemplo, hay parados de larga duración que tienen que ayudarse con alguna chapuza porque la prestación que reciben, 426 euros, no les daría siquiera para pagar el recibo de la luz si tuvieran en este crudo invierno sus casas debidamente caldeadas. Entre otras cosas, porque el precio de la electricidad ha alcanzado obscenamente, en plena ola de frío, su nivel más alto.

Claro que hay injusticia social. Pero los que vienen ocupando altos cargos en la Administración o la política desde que tienen uso de razón, como es su caso, no son los más indicados para detectarla ni atajarla. Injusticia social hay, por ejemplo, cuando el poder político que usted defiende está al servicio de la concentración económica de una minoría. O cuando el 1% de la población posee tanto patrimonio como todo el resto del mundo junto. En esa fractura, que la derecha es la última en combatir, cuando no la primera en fomentar, es donde reside la esencia misma de la desigualdad.

Entre las muchas formas que hay de defraudar al Estado, sobresalen socialmente dos. Beneficiarse con pequeñas irregularidades de ridículas prestaciones sociales para sobrevivir, o saquearlo desde dentro para enriquecerse, como hemos visto en el caso de Bankia, Bárcenas, la Gürtel y la cada vez menos supuesta financiación del PP. Ambas deben ser combatidas, no cabe ninguna duda. Pero guardando las debidas proporciones. Sabiendo que a unos se les puede quitar el pan de la mesa y a otros el Jaguar de la cochera.

Fillon, y la derecha en general, ha elegido combatir la primera y mostrarse comprensivo con la segunda. ¿Le pasará factura este escándalo en su carrera hacia el Elíseo? Es probable. Aunque, como decía uno de sus partidarios, algo abatido tras conocer la noticia: «Después de todo, todos tienen algo de lo que avergonzarse? y a alguien habrá que votar, digo yo». Pues eso, y si no que se lo pregunten a Rajoy.