Antes de que la inmensa mayoría sepa siquiera cómo se llama, la ministra de Sanidad lanzó lo del copago por ver qué efecto causaba. Se trata de una táctica que hizo fortuna en época de vacas gordas cuando daba igual ocho que ochenta. La peculiaridad de esta mujer ha sido ponerla en danza dentro de unos ejercicios rebosantes de zozobra. Se ve que quiere que aprendamos pronto su nombre por si cotiza poco en el cargo, que pinta lleva.

Algunos iban acordándose de ella dentro del grupo del Imserso que tomó el tren en León, camino del Mediterráneo, sobre todo cuando a media hora de Madrid se registraron unos gritos en el vagón nueve, donde un integrante de la expedición, de 82 años, acababa de sufrir un infarto. Hay quien se acordó de la ministra sobre la marcha, aunque no tuviese ni pajolera idea de su nombre, y se empezó a comentar por lo bajini si en el futuro y, según lo que esté por venir, a un infartado le revisarían antes las caracterísitcas de su pensión que las arterias. Afortunadamente viajaba una joven médica unos asientos más atrás que la mujer que dio la voz de alarma y para allá que se fue la chavala pidiendo tender al enfermo en la pasillo, pero ¡ya! Lo mismo que lo de la ministra diciendo a las pocas horas que a quién se le ocurre asustar a los pensionistas, no se puede ocultar que el resto de componenetes de la expedición se agolpó sobre la escena por mucho que los monitores se desgañitaran pidiendo aire. Este es un país en el que cuesta dejar respirar, se tenga el decreto ley a mano o el morbo de a quien le ha tocado la china ante los ojos. Menudo espectáculo el nuestro.

Al hombre lo evacuaron, el vagón acogió una ovación para la doctora, se formaron corros y, aunque la gente reconocía estar agotada, no dejaba de hablar ni estaba dispuesta a perdonar la pista nada más llegar al hotel. A la ministra, que también baila, igual le da por anunciar la inserción de los grupos del Imserso en los vagones silenciosos. La reacción sería atroz: «¡Copago y lo que quiera, pero eso sí que no!».