Soy muy de bares, lo reconozco. Cuando estoy libre y, por qué no decirlo, también cuando trabajo. Soy ´de la vieja escuela´, como diría mi compañero „siempre„ Felipe y me gusta eso de quedar con mis fuentes en el local menos de moda de la ciudad para que me cuente exclusivas. El otro día descubrí un local nuevo, aunque a éste no podré recurrir para oír ´secretitos´. Bueno, nuevo para mí, porque el garito en cuestión lleva ya un tiempo abierto y en la calle más concurrida del centro en noches de fin de semana. Había pasado otras veces por la puerta, pero nunca le había dado la oportunidad. Sin razón ninguna. Sólo porque soy de esa clase de personas que cuando voy a un sitio y me gusta, pues para qué cambiar. Lo que pasa es que últimamente aquellos bares que me molaban, parece que ya no me molan tanto y me dio por experimentar. Un experimento exitoso. Allá que nos metimos un grupo de nómadas nocturnos de jueves por la noche y nos pusimos a escrutar el asunto. La primera impresión, muy buena, y si ya me dices que tienes tercios de esa cerveza madrileña a la que el lúpulo le sale por las cinco estrellas, pues ya me has ganado, tío. Y si encima me dices que eres de Graná de toda la vida y que por esos avatares del destino has aparecido en Cartagena, pues, ve metiendo más tercios al fresco que de aquí me tienes que sacar con espátula. Lamentablemente, el tener que currar al día siguiente y los acompañantes acortaron la velada, pero ya tengo nuevo bar ´fetiche´.