Es bien sabido que ninguna universidad española se encuentra entre las cien mejores del mundo según diversas escalas. Se ha insistido mucho en ese hecho, pero no suele mencionarse que hay unas diez entre las quinientas primeras y que la mayoría, unas setenta, están entre las 2.000 primeras. Teniendo en cuenta que hay unas 20.000 universidades en el mundo, situarse en el decil superior es un buen síntoma. Podría decirse que no tenemos ninguna universidad sobresaliente, pero hay varias notables y casi todas aprueban.

Esa impresión se ratifica cuando escrutamos las escalas que ordenan los sistemas universitarios en vez de las universidades individuales: resulta que nuestro sistema universitario se encuentra entre los doce mejores del mundo, un resultado coherente con la influencia internacional de España y con su peso económico global.

Dicho en corto: nuestro sistema universitario no es óptimo, pero es bueno, en contra de lo que suele decirse superficialmente. Un análisis más detallado explica el por qué de esos resultados: mientras que las mejores universidades estadounidenses se orientan hacia la excelencia investigadora y practican una selección muy fuerte de sus estudiantes, las universidades españolas se orientan hacia atender a todos los estudiantes sin dejar ninguno fuera. Así, nuestras universidades destacan en los aspectos docentes e igualitarios, pero se rezagan en la innovación.

Eso concuerda con el éxito internacional de nuestros alumnos Erasmus y de nuestros jóvenes investigadores y profesionales en el extranjero, lo que sería imposible si la formación recibida en España no tuviese un buen nivel de calidad. Y también concuerda con la mentalidad igualitaria predominante en España, donde el objetivo de que acceda a la universidad todo el que lo desee goza de gran aceptación social.

Nuestras universidades son, en resumen, menos innovadoras que las mejores de los Estados Unidos, pero más equitativas, del mismo modo que nuestro sistema universitario es menos competitivo que el americano, pero más homogéneo.

Ese afán igualitario, por encima de la búsqueda de excelencia, ha quedado patente en la oposición a dos de las medidas del anterior ministro, Wert: la opción entre que los grados duren entre tres y cuatro años y los títulos de máster entre dos y uno y otorgar cierta libertad a las universidades para seleccionar a sus alumnos una vez superadas las pruebas de reválida. En ambos casos se trataba de dar más margen de decisión a las universidades, cosa que cualquiera de las americanas hubiese considerado trivial, pero en ambos casos los rectores se opusieron: no quisieron la libertad de que el mismo grado fuese impartido en unas universidades en tres años y en otras, en cuatro años. Tampoco quisieron poder elegir a sus alumnos, sino que se empeñaron en el llamado distrito único español: el resultado de la prueba de acceso a una universidad debería servir para entrar en cualquier otra.

El ministro Wert, siguiendo una pauta tradicional entre los ministros de Universidades del PP a diferencia de los del PSOE, no dialogó con los rectores, agrupados en la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE), a la que pertenecen voluntariamente todas las universidades públicas y la mayoría de las privadas, incluidas en ambos casos las catalanas. Mis intentos pasados de propiciar ese diálogo no tuvieron éxito, a pesar de que éramos varios los rectores dispuestos a mediar con la CRUE. Ahora, el nuevo ministro ha decidido cambiar el rumbo. Sea porque el PP carece de mayoría absoluta en el Congreso, sea por una genuina convicción, el hecho es que se ha inaugurado una nueva etapa en las relaciones entre los dirigentes populares y los rectores, a lo que el PSOE no es ajeno.

Cuando Rajoy anunció en el debate de investidura que renunciaba al efecto académico de las reválidas, algunos pudieron pensar que se había asustado ante el éxito de la movilización estudiantil y paterna de ese mismo día, pero no había tal: el entorno del ministro Méndez llevaba semanas negociando con la CRUE el modo de acceso a las universidades. Y eso ha dado frutos: se mantendrá el distrito único y solo tendrán que hacer la reválida los que quieran acceder a la universidad. La Reválida será, pues, el nuevo nombre de las anteriores Pruebas de Acceso a la Universidad, pero el sistema se mantendrá igual en esencia. Un éxito de los rectores y, en menor medida, del PSOE.

Los muy cafeteros nos percatamos de que Rajoy también anunció que se proponía modificar el sistema de gobierno de las universidades. Ese es un tema explosivo, pero me tranquilicé al recibir una invitación de la CRUE a asistir a un seminario sobre ese tema que dirigirá Alejandro Tiana, rector de la UNED y secretario general de Educación de 2004 a 2008, es decir en la primera legislatura de Zapatero. Todo indica que el diálogo con los rectores se ha extendido a la delicada cuestión de la gobernanza universitaria y que personalidades del PSOE andan de por medio. Bienvenido sea ese nuevo método del ministro popular.