Hay muchos tipos de despedidas. Cada día podemos contar varias y posiblemente, todas diferentes. Algunas son solo el principio de un reencuentro. Otras, sin embargo, son para siempre. Antes o después, pero más temprano que tarde, el adiós pasa a formar parte de nuestro vocabulario diario. Llega un momento en el que nos planteamos seriamente el valor del hasta pronto. Hay despedidas con fecha. También de esas súbitas. Toman cientos de formas, incluso de olores y sabores. Vivimos algunas que parecen pasar inadvertidas hasta que ya es demasiado tarde o que pasan tan lentamente que ni siquiera las sentimos como tal. Las hay de película, y aunque suene a cliché en el imaginario social siempre permanecerá el «Sayonara baby» de Terminator o el «buenas noches y buena suerte» de Ed Murrow, porque vivimos separaciones que se llevan una parte de nosotros. A la larga aprendemos a vivir con ellas o por lo menos a sobrellevarlas. Acabamos siendo coleccionistas de adioses, pero con secuelas.