Las caracolas siguen buscando oxígeno en la orilla gris. No vemos nuestros pies al avanzar cincuenta metros. Es imposible bajo el agua captar la cara de otra persona a dos palmos. El fondo se adivina yermo bajo las pisadas que dudan sobre lo que encontrarán. El horizonte muestra incertidumbre y las gaviotas sobrevuelan inquietas, quizá graznan con la esperanza de que alguien las escuche.

Al corazón de la democracia europea llevamos el débil latido del Mar Menor. Estuve en Bruselas en la primera visita que se hizo con la ciudadanía, como representante de la Plataforma Pacto por el Mar Menor. La plataforma social que ha aunado a tantas personas distintas, y tan válidas. Me sentí vecina de San Javier, Cartagena, La Manga, Los Nietos, lugares en los que he pasado mis veranos y mi vida transcurre. Se aunaron capacidad de trabajo y compromiso. Y generosidad, de ceder tiempo personal y conocimiento por una causa en la que se cree. Los días eran largos, las noches también, los portátiles nos acompañaban y velaban nuestro sueño. Nos reuníamos y dialogábamos, pedíamos la opinión colectiva. No queríamos olvidar nada ni reiterar porque? teníamos tanto que decir.

Las semanas previas fueron de intenso trabajo y de conocimiento mutuo. De consenso y de cohesionar todos los sectores implicados en una petición única. Nadie dijo que fuera fácil, pero fue posible. La cantidad de información relativa al incumplimiento de Directivas, denuncias, demandas y artículos científicos rompió el límite de los imposibles.

Nosotros fuimos allí con imágenes. Imágenes de hoy y de ayer. Nuestras palabras las acompañaron porque nacían sólo con verlas. Conocimiento y sentimiento son un binomio imbatible. La ciudadanía sólo entiende de hechos y realidades, y con ellos fuimos. La situación real produjo impacto en algunos eurodiputados que en general, la desconocían. Recargamos esperanza.

Sin embargo, a nuestra vuelta nos enteramos de que aquí van a retomarse infraestructuras de otras épocas en aras a la elección de la ciudadanía en una encuesta veraniega a pie de playa. Las opciones a elegir fueron: paseo marítimo, carril bici, pasarela peatonal, embarcaderos, puerto deportivo, transporte, establecimientos de ocio y restauración, centro de interpretación y buceo. No aparecía ninguna sobre calidad de las aguas o regeneradoras del estado de salud del Mar Menor. Total, ¿para qué? habiendo gente en la playa, nada de opciones nuevas. Menos mal que como ya está constituido el comité científico sobre el Mar Menor, una de las peticiones originales del Pacto, asumimos que estas nuevas actuaciones se someterán a su evaluación e irán acompañadas de su visto bueno, previo a la puesta en marcha.

Hay también una gran parte de vecinos y vecinas que vivimos permanentemente junto al Mar Menor que hubiésemos escogido otras opciones, de haberlas. Más innovadoras, participativas, positivas medioambientalmente hablando y de futuro. Toda opinión es respetable. Como los gustos. Hay personas que prefieren un mar azul y cristalino con aves en su cielo, balnearios de madera, con casas bajas sin siluetas de edificios altos y embarcaciones de motor en el horizonte, con barcos de pesca, con huertas sostenibles y unas playas de piedra o de arena según la naturaleza haya decidido, es decir, la belleza de las cosas naturales sin forzar ni adulterar, donde todo encaja y conecta porque convive. Otras personas prefieren paseos de hormigón para después demandar iluminación, actividades no vinculadas al entorno, servicios, etc. y cuando todo esté construido, quizá se vea algún trocito de mar de color indefinido mientas un camión frigorífico cruza la arena gris que aún retiene las huellas de la 'limpieza de playas', la misma que ha llenado algún contenedor con restos de material otrora vivo.

Todo esto lo vi en las imágenes mientras en una madrugada europea repasaba mi charla, mientras mis compañeros exponían las suyas; al entregar la petición a la presidenta del Comité de Peticiones; al hablar con ese grupo heterogéneo y magnífico que conformamos. La demanda continuada de servicios no puede dirimir el futuro de un espacio natural maltratado. Pero sobre todo, creo que lo que existe es una normativa a cumplir. El medioambiente está protegido por ella. La sociedad no puede alzar su voz sobre la naturaleza porque forma parte de la misma. No podemos vivir sin agua ni alimentos. Somos una de las especies que pueblan este planeta. La sociedad puede unir su voz a la del medio natural, no silenciarlo. Las instituciones creadas en otro contexto sociopolítico deben ser capaces de evolucionar. La sociedad quiere sentirse representada y escuchada.

Y nos escucharon. Nos escuchamos. El Mar Menor habló alto y claro, con fondo de fuertes latidos. No he podido tener mejor compañía de viaje. Cuando se ha vivido mucho y aún se sigue aprendiendo, no hay suficientes gracias para dar. Y cuando la cabeza conecta con el corazón, como bien dice una amiga mía, es todo posible.