Días pasados, hablando con alguien del PP, este me decía que lo que está ocurriendo en el PSOE no podría pasar nunca en el PP. Por supuesto, le dije yo, en el PP nunca podría ser elegido su máximo responsable, en este caso Rajoy, por los militantes, ni cuestionado su funcionamiento porque hemos de reconocer que este partido lo tiene mucho más fácil. El dedo mágico de Fraga Iribarne señaló a José María Aznar, y se hizo la luz en su partido. Y el dedo del no menos mágico José María Aznar (no hablaremos de su posterior arrepentimiento) señaló a Rajoy. Y aquí lo tenemos aguantando los embates de la vida sin proponerse, en absoluto, dejar su puesto y marcharse a su casa, entre otras cosas porque aún no ha señalado con su dedo no sé si éste es mágico o no al que le sustituya.

Porque las cosas en el PP se hacen así, y yo no entro en si es bueno o malo; es lo que hay. A partir de aquí, qué importa la ola de corrupción que inunda ese partido, Rajoy continúa y su dedo terminará señalando a su sucesor.

Dicho esto, qué tristeza produce lo que está ocurriendo en el PSOE y lo que algunos pretenden que ocurra, porque las sociedades antiguas siempre avanzaron a lomos de la experiencia y sabiduría de los mayores, pero hoy, en el PSOE, a los mayores, a los que hicieron posible que en siete años ese partido pasara de la clandestinidad a gobernar este país los llaman golpistas: a Felipe González, a las puertas de su partido en Ferraz, le ondearon carteles llamándole así. Sí, algunos, de los que desconocemos qué hacían la noche del 23 F, cuando Felipe González, junto al resto de diputados, temía por su vida en el Parlamento tomado por golpistas de verdad, hoy se permiten llamarle así a un hombre que, en el franquismo, tenía que utilizar un nombre supuesto que le permitiera obrar para hacer posible una democracia en su país. Sí, ese hombre que dedicó toda su juventud, en una dictadura, a defender a los trabajadores era abogado laboralista y a luchar por la democracia, ahora es llamado golpista por algunos que le deben poder decir esas barbaridades en los medios de comunicación, gracias a esta democracia que hicieron posible en este país, entre otros, nombres como Carrillo, un comunista; Fraga, un franquista; Suárez, un falangista; González, un socialista, y tantos y tantos otros que nos procuraron cuarenta años de democracia, lo que parece molestar a según quienes.

Produce pena y desazón lo fácilmente que pueden ser manipuladas las masas. Que algunos, que dudo mucho que fuesen socialistas, puedan llamar golpista, además de a Felipe González, a Javier Fernández, el presidente de Asturias sus padres se conocieron en un campo de concentración y su abuelo fue fusilado ha de parecernos aberrante y sin sentido. O no. Quizás es lo que se pretende, la descalificación del socialismo, y qué mejor que atacar a quien se ganó ser su máximo exponente en España y al que se le respeta en todo el mundo, menos aquí, al parecer.

Pero quizás el deseo de buscar el desprestigio vaya más allá del socialismo, porque va calando ese poner en cuestión el valor de la Transición democrática y de algunos que la hicieron posible, y es que no hay más que oír, de un tiempo a esta parte, el cuestionamiento de las bondades de aquella etapa y de lo que significó para este país. Es el discurso de aquellos que ahora se presentan como revolucionarios cuando esta nación ya no necesita de salvadores y sí de hacer mejor esta democracia de la que todos disfrutamos, con sus imperfecciones, si, pero como alguien dijo hace muchos años, «la democracia no es un sistema perfecto, pero es el menos imperfecto de los sistemas».

Me pregunto que sería de nosotros si algunos que ponen en cuestión aquella etapa de nuestras vidas hubiesen tenido algo que decir entonces; quizás hoy yo no podría escribir este artículo, pleno de tristeza, de desconcierto y de perplejidad.