Estamos encadenados. No digo que estemos atados a unas rejas o a otra persona. Estamos sujetos a los tonos de llamada o a las vibraciones de nuestro teléfono móvil. Solo los más fuertes consiguen llevarlo en el bolsillo, el resto lo tenemos casi siempre en la mano. A todas horas recibimos notificaciones de las cientos de redes sociales a las que pertenecemos, de mensajes de Whatsapp, de nuevos correos electrónicos, y cuidado como dejes escapar una llamada perdida: puede que el cielo se desplome y no te enteres a tiempo. Pasamos un tiempo incalculable mirando a esa dichosa pantalla hasta sin tener motivo. Hace unos días, y después de mucho, me quedé por primera vez sin batería en mi teléfono. En un primer momento la ansiedad se apoderó de mi, no podía dejar de pensar en todo lo que podía pasar y de lo que no me iba a enterar. Al final del día, sin embargo, me sentí libre. Probadlo, merece la pena.