Río de Janeiro, ciudad de contrastes donde las haya, ha acogido los Juegos Olímpicos de 2016 con los brazos abiertos del Cristo Corcovado. Al ritmo del sambódromo en pleno Carnaval y la vivencia deportiva del legendario estadio de Maracaná. Riqueza y pobreza se extienden como la inmensidad de sus playas bajo la mirada silenciosa de espléndidas máscaras. En el recuerdo, Orfeo Negro. Las mañanas siguen de color azul y el medallero español brilla de modo especial en femenino. ¡Mujeres al pódium! Pero sigue sin ser oro todo lo que reluce. Tras el metal conseguido, las metas marcadas y conquistadas mediante el esfuerzo sacrificado y continuo, sin compás de espera. Comenzando y recomenzando una y otra vez con voluntad férrea, fortaleza, valentía y espíritu ganador. Escribo este artículo con la emoción a flor de piel tras ver el partidazo de bádminton que ha bañado en oro la gesta de Carolina Marín. ¡España! ¡España! ¡España! Hemos gritado al tiempo que aplaudíamos entusiasmados. Ovación cerrada. Si las batallas las ganan los soldados cansados, las medallas de oro, plata y bronce, las ganan esos deportistas que no dejan de encandilarnos con su lucha, estrategia y un tesón que les convierte en personas excepcionales, capaces de barajar con la misma humildad serena, la alegría del triunfo o el desencanto del fracaso. Las Olimpiadas de Río han desbordado previsiones, ilusión y emociones. El himno nacional y el izado de nuestra bandera han subrayado, junto al sentir patrio, la grandeza de personas que han luchado hasta el último aliento por conseguir la excelencia para España. Contemplar la lucha titánica de nuestros mejores deportistas nos lleva directamente a felicitarles, agradecer su brillante actuación y a reflexionar sobre nuestra actitud ante cuanto la vida nos depara. Cuántas veces, a la primera de cambio, tiramos la toalla sin tan siquiera estrenarla para secarnos las primeras gotas de sudor. Impresionante el talante competitivo de tanta gente joven y la madurez conseguida en la victoria y en la derrota. Inmersos en el espíritu olímpico, portan la antorcha que prende en lo mejor del ser humano. ¡Enhorabuena campeones! Enhorabuena a todos por tener un ejemplo a seguir, falsilla especial sobre la que podemos repasar las líneas maestras de nuestra vida. Como siempre, el espíritu propio es mal consejero. Mejor buscarse un ´buen equipo´ que al mismo tiempo nos asesore y tenga a raya para fortalecer nuestras debilidades y afianzar nuestra fortaleza, a fin de realzar nuestro paso por la vida€ que reluce más que el oro cuando nos empeñamos en hacer el bien. Es otro medallero€