Estamos acostumbrados a emplear el término ´gamberro´ para aplicarlo a chavales malcriados dedicados a ensuciar la ciudad con sus pintadas sin gracia „nada que ver con los grafiteros vocacionales„ o a estallar petardos junto a inocentes viejas que atraviesan ya de por sí asustadas un paso de peatones.

Pero parece que ahora vamos a tener que acostumbrarnos a una diferente tipología de gamberro: al del presidente de un país aparentemente civilizado que basa su popularidad en un lenguaje vulgar de la peor estofa. Y no me refiero al gamberro de Donald Trump, que ha hecho méritos más que suficientes para entrar en esta categoría; hablo de otro personaje que promete redefinir lo que un presidente de Gobierno vulgar hasta la extenuación puede hacer o decir: Duterte El Sucio (llamado así por lo de Harry El Sucio, al haber prometido dar vía libre a la Policía para matar a discrección a los traficantes de drogas, y estar cumpliendo su promesa de respaldarlos), nuevo presidente constitucional de Filipinas. A él pertenece la siguiente lindeza al comentar durante la campaña presidencial la violación de una misionera australiana hace unos años a manos de una pandilla de presos: «Claro, era tan guapa que el alcaide debería haber sido el primero [en violarla]».

Y eso en un país que ha sido modelo de democracia en los últimos años, con unos gobernantes más que pasables y una economía que sólo puede calificarse de en pleno desarrollo y con excelentes perspectivas de crecimiento. O paramos los pies a esta gentuza o nos devoran los populismos apoyados en una masa frustrada e idiotizada.