En ocasiones las mujeres nos volvemos muy locas. Sí, lo reconozco. No es una cuestión de edad, ni nacionalidad, tampoco de estatura ni perfil. Yo diría que se trata sobre todo de un pulso incontrolable que a veces le echamos a la falsa esperanza. Digo falsa porque esperar lo que no llega con fe ciega no es siempre sinónimo de tesón, sino más bien síntoma de patológica cabezonería. Se lo dice una que a testaruda no le gana tauro alguno, ni la mismísima Cher con su testaruda lucha contra la natural arruga.

No quiero ser injusta, porque la esperanza no tiene siempre la culpa de que nos comportemos como un disco rayado al que no hay forma de despegar de la aguja, como le sucede al rostro de Liza Minelli. Los esclavistas usos sociales y las traicioneras apariencias se implican y de qué modo en algunas travesías por el desierto de la no consecución. Como todo esto dicho así suena tan abstracto, ejemplificaremos con una sociedad que nunca falla a la hora de ofrecernos las mayores contradicciones entre la vida y la cordura: la que puebla la India. Sin desperdicio, tanto paro lo malo como para lo peor.

En dicho país, reincidente por ser la segunda ocasión en que acontece, una mujer de 72 años (uno más que mi madre) ha dado a luz a su primer hijo. La señora, preguntada por el periodista de turno, afirma sonriente: «Ya casi había perdido la esperanza».

¿Casi? Pero mujer de Shivá, que la reencarnación a veces nos trae grandes disgustos. Mira que si la ruleta del samsara te obliga a regresar en forma de perejil. Sí, me he informado y es una posibilidad real. Sí, señora, real. La pareja en cuestión decidió echar mano de una clínica de reproducción que accedió a tratar a la anciana. Todos muy cuerdos y responsables, ya ven. Llámalo tenacidad, llámalo locura grupal, el caso es que el padre primerizo afirma aliviado que no fue capaz de acostumbrarse en sus 46 años de matrimonio a la vergüenza de estar señalado como el estéril del barrio, un mal muy feo entre los indios.

Si nos ponemos a hacer cálculos, la criatura, que no deja de ser un prodigio, porque tener un óvulo viable a esa edad es un caso para llevar ante la Santa Sede, va a tener que aprender a dar de comer antes de saber masticar. Con diez años contará con unos padres, si los conserva, ya metidos en los ochenta (ojalá habláramos de tendencias musicales). Los vecinos, cojoneros como ellos solos, tras criticarlos durante años por la falta de descendencia ahora reprochan a la pareja el incierto destino del niño cuando ellos falten. Seguro que la estilada esclavitud infantil que se gastan por esas coordenadas ayudara al pequeño a sobrevivir y mantener a sus padres desde una tierna edad. Lo mismo hasta termina usted luciendo una bonita y colorida camisa cosida por este pequeño protagonista del día. Qué bonito es todo cuando se consigue lo que uno persigue, ¿verdad?