Estar junto a un fuego en invierno es una hermosa situación. La sensación de caricia del fuego en tu piel no la encuentras en otras fuentes de calor. Una de las muchas reflexiones que se te ocurren es pensar en la leña que arde. Puede ser un almendro de esos que florecen temprano y han servido para tantas metáforas o un sabio y centenario olivo tan ligado al Mediterráneo o una encina de la dehesa -la de mejor brasa y poder calorífico- que habrá servido como refugio de aves migratorias. En cualquier caso, y afortunadamente, uno no es responsable de su desaparición. Por una razón u otra han sido arrancados y tú te limitas a comprar la leña.