Tras las pasadas elecciones, y con la incertidumbre sobre el futuro Gobierno, estoy observando cosas que no había percibido en comicios anteriores. Y es que encuentro a más gente que me pregunta con insistencia a qué partido voté el 20D. Yo, que respeto lo del secreto (y soy un provocador nato), digo siempre lo que mi interlocutor no quiere oír, lo que me ha valido ya algún que otro reproche. «Pequeño fachilla», me llamaba un amigo, supongo que porque no soy muy alto. «Periodista de Sión», me gritó otro, imagino que por mi condición de circunciso. En mis charlas de barra de bar, y en las de mis grupos de Whatsapp, abunda la política, pero no como el contraste sano, respetuoso y enriquecedor de ideas, sino con un tono de hostilidad a la pluralidad de pensamiento que hasta ahora había apreciado en las clases dirigentes, pero no en la sociedad. La hiperpolitización, a la que tanto han contribuido las tertulias televisivas, está bien si despierta conciencias críticas, pero tiene el peligro de un enconamiento de posturas muy negativo para la convivencia pacífica. Mal vamos si no intentamos entre todos bajar un poco el pistón.