La primera vez que entré a la biblioteca de mi pueblo no fue en busca de un libro, sino de una historia. Allí murió en extrañas circunstancias una chica llamada Lolita Cuenca, la primera telefonista que llegó a Molina de Segura. Según contaban, cuarenta años después, su fantasma continuaba merodeando por el interior del edificio. Recuerdo que los niños pegábamos la nariz a las paredes, porque aún se olía a sangre... Y la verdad, se olía a algo raro. Qué pena que, hace diez años, el Ayuntamiento derribara el edificio para levantar uno nuevo en su lugar, sin respetar el que un fantasma habitaba en su interior.