No hay nada más patético que resistirse a cantar un inevitable adiós, qué lástima, pero se acabó. Agonizar si no es para exhalar el último aliento resulta poco admirable. Así sucede cuando el amor se acaba y sólo deja un cadáver al que nos cuesta enterrar. Nos gustaría llevarlo siempre en procesión como Juana La Loca a su queridísimo y muertísimo marido, porque nos cuesta interiorizar que una vez bajo tierra ya será imposible de recuperar. Tampoco es que fuera a revivir por evitar meterlo en el hoyo, pero es cierto que no hacerlo nos ofrece una falsa creencia de que los pasos andados se pueden borrar, una falsa sensación de bienestar gracias a la evasión del inevitable dolor de estómago que produce tragarse las lágrimas propias. Vamos, que nos gusta regodearnos en nuestra miseria, que al final casi siempre termina siendo nuestra fortuna, solo que como los réditos vienen con tanto tiempo de demora no nos coscamos cuando más falta nos hace, y hacemos el ridículo.

A Mas se le ha muerto la novia pero no hay narices a que la entierre en el jardín de los que se retiran a tiempo. Aunque bien es verdad que hace tiempo que al catalán se le pasó el momento de apartarse con ciertos honores.

Ahora sólo puede recoger un buen puñado de ya-te-lo-decía-yo. Qué malo es el padecer de narcisismo, esa enfermedad que te hace creer que sólo tú eres inmune a la máxima vital de que nadie es imprescindible para nadie ni para nada, salvo para presentar una solicitud a la Seguridad Social, donde no hay autorizado que valga. El político catalán arguye a los negativistas de la CUP que su retirada no es posible «por eficacia y por dignidad». No veo nada de esto en su actual situación. Y añade que «el procés sólo puede avanzar si incluye a todos los que creen en él». Yo ni creo ni dejo de creer, pero sí opino que la continuidad de este señor en el balcón de la presidencia hace que la charca huela cada día peor.

El caso es que en Cataluña hemos empezado el año como lo terminamos, con la certeza de que el presidente en funciones tiene más cuajo que los quesos Président. Y todo porque este hombre vive convencido de que es el único ser humano que puede liderar la escisión de la Comunidad que ha dirigido del resto del país al que, sin que yo lo pueda entender, tanto odia. La gran pregunta: ¿Por qué? ¿Dónde y cuándo nace el odio y rabia de los radicales catalanistas. ¿En el franquismo, en un reparto injusto de los beneficios, del triunfo de empresas tipo El Pozo que no pertenecen a sus filas? A saber. Lo único cierto y verdadero es que este año ya comenzado poco tiene de renovador en Cataluña. ¿Será esto un presagio extensible al resto del país?