Y el año terminó sin hacer músculos de cinco a seis, que cantaría Sabina, para vivir cien años. Toca echar un vistazo atrás y renovar propósitos fallidos. El fin de 2015 no nos dejó ver a Rajoy de mudanzas en Moncloa, ni nos permite aventurar quién será el próximo inquilino. Tampoco resolvió el laberinto de Mas, obstruido desde septiembre. También despedimos el año con la infamia del terrorismo y el drama de los refugiados, dos desafíos de nuestro tiempo. Ni la palabra crisis ha desaparecido, por más que quieran desterrárnosla eufemísticamente. Y damos la bienvenida a 2016 con más dudas que certezas. ¿Seguirá Benítez? Hace doce meses era otro entrenador, hoy feliz, quien estaba en entredicho y acabó campeón de todo. ¿Y nosotros? ¿Nos apuntamos al gimnasio? ¿Aprendemos al fin inglés? ¿Nos dejamos el tabaco? Yo, por cierto, me atreví un uno de enero: aproveché que con resaca apetece menos y así sigo tres años después, libre de aquella sibilina forma de esclavitud. No olviden lo que siempre nos queda: el humor, los bares y el placer; los suyos (sí, los de usted, sus personas imprescindibles) y la esperanza. Sin ellos, estamos perdidos. La cortesía era hoy obligada: feliz año 2016.