El panorama político español ha quedado tan fragmentado, tras las elecciones generales, que la legislatura que se nos presenta será todo menos aburrida, sobre todo porque en este país no tenemos costumbre de gobernar en minoría e intuimos que para hacerlo se ha de tener una cintura que no percibimos. Pero confiemos en que se sepa hacer 'de la necesidad virtud' y nos sorprendan con cualidades de las que ahora no nos percatamos.

Los electores han decidido que el PSOE sea la segunda fuerza más votada, y si tiene amplitud de miras, Pedro Sánchez se dará cuenta de que es su gran oportunidad para aparecer ante los electores como el hombre de Estado con el que, al parecer, hoy no cuenta España. Es joven y tiene tiempo por delante para hacer la firme oposición que se espera y demostrar que es un político de altura. Saber hacer oposición es un arte que encumbra a muchos líderes. No pasa nada por estar en ella si es lo que han decidido los ciudadanos. Sánchez no puede cometer el error de pensar que el voto es suyo y con él hace lo que quiere. El voto socialista es de un electorado muy alejado de las aventuras independentistas. Es un voto para hacer una sociedad más justa, para que la sanidad pública vuelva a ser un referente y la educación retome las becas que se hurtaron en esta etapa aunque al ministro de Educación le parezca que hay demasiados universitarios, para que, en definitiva, se ponga en marcha el ideario socialdemócrata: nada más y nada menos que eso.

El PSOE no puede pactar con Podemos, porque no sería suficiente hacerlo con él y tendría que echar mano de los votos de Ezquerra Republicana de Cataluña. Y el PSOE, en las siglas PSC, aún está pagando el inmenso error de aquello que se llamó Gobierno tripartito salido de la coalición formada por PSC, ERC e IC-V. Estos tres partidos políticos sostuvieron, entre el 20 de diciembre de 2003 y el 11 de mayo de 2006, un Gobierno catalanista y de izquierdas encabezado por el socialista Pasqual Maragall. Después de las elecciones al Parlamento de Cataluña de 2006, la coalición volvió a acordar formar Gobierno, esta vez presidido por el nuevo líder del PSC, José Montilla. Un periodo negro para el PSC cuyas secuelas está padeciendo aún. El PSC no se ha recuperado del despropósito de un Montilla haciendo profesión de fe nacionalista un charnego en Cataluña ha de hacer méritos para hacerse perdonar su procedencia y llevando a su partido a donde ahora se encuentra.

Pero no es solo esto. Pablo Iglesias, al que se le nota muy crecido (él siempre dio la impresión de ir de sobrado) ha dejado muy claro, según él, «por activa y por pasiva», que «España es diversa, plurinacional» y que «el referéndum en Cataluña es imprescindible para construir un nuevo compromiso histórico». Discurso que le ha dado mucho rédito electoral, es cierto, porque de los 69 escaños conseguidos por Podemos, 27 se deben al éxito de las coaliciones que ha llevado a cabo en Cataluña, Comunidad Valenciana y Galicia, con formaciones de claro matiz nacionalista En Comú, Compromis y Marea, que han procurado un claro impulso a Iglesias, pero al que le dejan sin capacidad de maniobra para pactar otra cosa que no sea sobre los intereses de los que le han producido este resultado. Y ya sabemos cuales son.

La propuesta que hace Podemos de realizar un referéndum soberanista en Cataluña, y su decisión de reflejar en la Constitución el derecho de las Comunidades autónomas a celebrar consultas sobre la independencia, debe ser suficiente para alejar al PSOE de cualquier tentación de acuerdo con el partido de Iglesias y sus socios.

Quedarse en la oposición, ejercer una firme oposición, es un gran ejercicio democrático. No dejarse engañar por los cantos de sirena sería una prueba de inteligencia. El PSOE no puede jugar al independentismo porque es algo que nunca estuvo en sus genes.