Con motivo de las diversas ocupaciones de sedes bancarias estamos recibiendo requerimientos judiciales, dos de momento, y esto me hace sufrir mucho, sobre todo porque la gente que te quiere está sufriendo. A veces me pregunto si tengo derecho a hacerles sufrir, el corazón se me desgarra, y de ver las caras de preocupación a esa gente de la PAH luchadora, entregada, solidaria, que es capaz de acompañar a unas familias a un entidad financiera para que les dé respuesta, sabiendo que las leyes protegen a los banqueros, a esos que han saqueado nuestro país, que han robado a nuestros mayores con las preferentes y que les estamos pagando con desahucios y paro sus despilfarros, hasta a algunos le estamos pagando los bombones y el billete del metro. Pensaba en esas leyes de los políticos del Congreso de los Diputados que nos culpabiliza, en contraposición a una gran parte de la sociedad civil que reconoce y valora el compromiso social ¡ojalá algún día reaccione! Y, desde esta perspectiva me siento culpable, como otros muchos compañeros y compañeras del alma. Voy a reflejar algunas situaciones personalizándola.

Soy culpable de pensar, de sentir, de actuar sin pedir permiso, sin aceptar los que me dicen los que mandan; soy culpable de intentar ser libre, de contener el miedo para que no me impida vivir, de volar por el mundo, por la existencia, queriendo, amando y luchando contra todo aquello que nos deshumaniza, a pesar de mis contradicciones e incoherencias, a pesar de que a veces he hecho daño, he hecho mal. Soy culpable de no aceptar el qué dirán o pensarán, de que no me importe, porque estoy cansado de tanto fariseísmo e hipocresía, de no aceptar leyes injustas que aplastan la dignidad humana, mientras los que la aprueban se jactan y se benefician después con puestos en la empresa privada, en las grandes multinacionales.

Soy culpable porque, a pesar del cansancio físico, psicológico, mental y emocional, seguimos luchando, seguimos peleando con esperanza, a veces contra toda esperanza. Porque no nos hemos doblegado y seguimos mirando al poder a los ojos, de tú a tú. Soy culpable de decir a la gente que tomemos la calle, que practiquemos la desobediencia civil no violenta, porque este mundo no me gusta, porque decimos que queremos la paz y organizamos las guerras, porque decimos que queremos un mundo justo y hemos establecido un sistema capitalista donde cada vez hay mayor desigualdad, porque decimos que la libertad es un valor y la estamos cercenando continuamente, porque nos deseamos el bienestar personal y hacemos todo lo posible para hundir al otro, porque decimos que hay que proteger la naturaleza y hemos puesto en riesgo de existencia al propio planeta?.

Soy culpable de no creerme sus mentiras, sus manipulaciones y sus miedos. Soy culpable de buscar el porqué de lo que ocurre, por haber llegado a la conclusión de que el Estado Islámico fue creado, financiado y protegido por Arabia Saudí, Estados Unidos y Gran Bretaña para reorganizar todo el Oriente Medio, sobre todo, para acabar con los Gobiernos de Siria e Irán, de cara a consolidar el control del petróleo y de la zona por su situación geoestratégica. Soy culpable por descubrir que el terrorismo forma parte de esa guerra, es una expresión de esta guerra. Soy culpable de gritar parar la guerra y construir la paz, que no queremos ver niños muertos en Siria y jóvenes en París. Soy culpable porque la libertad no es incompatible con la seguridad, porque están utilizando un conflicto que ellos mismos han creado desde hace años para quitarnos libertad y derechos.

Soy culpable por no entender, y lo digo con dolor, cómo la clase obrera vota a la derecha. Soy culpable de decirles a los sindicatos que reaccionen, que salgan de su parálisis, que levanten su espíritu de lucha y que la calle les espera para derogar reformas laborales y blindar derechos sociales y laborales.

Soy culpable de creer en una iglesia de los empobrecidos y con los empobrecidos, en una iglesia en que se consiga algún día el sacerdocio de la mujer y el celibato opcional, una iglesia comunitaria, en una iglesia que sabe hacer converger justicia y misericordia, en una iglesia que valore positivamente la sexualidad Soy culpable de no creer en esa iglesia llena de ornamentos, imágenes, ritualismos, de lujo, de despilfarro, confort, vendida a los poderosos de este mundo, corrupta. Soy culpable de creer una iglesia que hace lío en defensa de los Derechos Humanos, servidora, humilde y constructora de la libertad y la paz.

Soy culpable de estar al lado de las familias que van a ser desahuciadas por los banqueros con el apoyo de los políticos cómplices. Soy culpable de que, a pesar de haber pasado muchos años desde que comenzamos, seguimos con ellos, no los hemos abandonado. Soy culpable de haber puesto pegatinas en los cristales de las entidades financieras denunciando que nos tratan como mercancía, que no tienen alma y que no tienen escrúpulos en seguir causando dolor, llegando este dolor a algunas personas al suicidio, y de ocupar bancos. Me comentaban los abogados que tenemos ¡qué buena gente son! que en una denuncia se había archivado la diligencia, pero que el director había ampliado la denuncia, con lo que tenemos un requerimiento judicial, el mismo que me señala como cabecilla de esa ocupación en su declaración en el juzgado de instrucción. Decirle a él y quienes están detrás de él que vamos a seguir entrando en las entidades financieras y que vamos a poner en los cristales esos mensajes, aunque los limpien a la hora.

En este sentido, vuelvo a reiterar que el odio no es bueno, que hay que perdonar, y mostrar la firmeza de nuestra lucha. Soy culpable, somos culpables, de no arrojar la toalla, no vamos a dejar a las familias desamparadas, esas familias que la noche antes del desahucio se acuestan y se abrazan, padres e hijos. y esperan que el día no llegue nunca. Esas familias van a seguir oyendo las voces de la gente de las plataformas en su puerta, nuestras manos se unirán para intentar evitar que les echen de su hogar, de su vivienda.

Soy culpable porque no quiero dejar en manos de gente corrupta, sin escrúpulos, con la única moral de su propio beneficio, este mundo, porque este mundo es de todos y para todos.

No quiero ser inocente porque significaría dejar las cosas como están, mirar para otro lado, evadirme o hacer zapping buscando programas de entretenimiento. No quiero ser inocente porque renunciaría a gran parte de la libertad, a ser sumiso y resignado.

En esta sociedad los que defienden la vida para que cada persona tenga su espacio y su tiempo para poder saborearla, se convierten en radicales, insensatos (véanse mis artículos anteriores) y en culpables por impedir las guerras, las injusticias y las dictaduras, entre ellas la dictadura del mercado.

Soy culpable de querer vivir en paz, con libertad y en armonía con la naturaleza y que las personas puedan vivir en plenitud y teniendo el derecho a la felicidad.