Una señora africana entra esta mañana a mi tienda con un canasto sobre la cabeza. Casi roza el dintel de la puerta (debe tener calculada la altura, porque ni se inmuta al pasar). Es muy alta y viste colores chillones. Quiere unos guantes de lana. Sin desprenderse del cesto se prueba varios. Se agacha, se pone en pie€ hasta se inclina; y yo alucino al comprobar su habilidad para guardar el equilibrio y que no se le caiga el cesto. Se lleva los guantes puestos. Y sin desprenderse del canasto y con las manos libres, se marcha muy erguida (casi rozando de nuevo el dintel de la puerta); con aire elegante, como si fuera paseando por la sabana, sin miedo a los leones.