A veces en una tienda escuchas historias de las que te hacen un nudo en la garganta; como esta que recuerdo de cuando en cuando. «Cuánto tiempo hacía „comentó la mujer„ que no entraba en esta tienda! Entonces, yo era feliz: tenía 15 años, te compraba la colonia Alada y el maquillaje Maderas de Oriente... Y, ahora ¡mírame!». La recordaba de joven: pantalones de cuero ajustados, carmín rojo en los labios y un canalillo generoso al que me asomaba de soslayo desde el otro lado del mostrador.

«Ahora tengo ocho hijos (bueno, siete, porque el mayor murió de una sobredosis de heroína hace dos), que son siete problemas, cuál de ellos más grande. Mira, vengo del médico „y me mostró un puñado de recetas„, para que me atiborre a tranquilizantes y antidepresivos, y no haga lo único que me apetece hacer: sacar del altillo del armario la pistola que esconde el hijoputa de mi marido, meterme el cañón en la boca y acabar de una vez€ Aunque no lo creas „continua diciendo„, acabo de vivir el único momento feliz desde hace semanas, al entrar aquí y recordar que cuando tenía 15 años me empolvaba la cara con Maderas, me perfumaba con Alada y salía a la calle convencida de que la vida era otra cosa».