Es conveniente emplear el lenguaje más preciso, es importante escoger las palabras adecuadas, es necesario seleccionar la terminología correcta, porque en caso contrario se adueña de nosotros la confusión y los malos entendidos. Está claro que muchas veces, no sé de que manera, se observan procesos osmóticos en los que el significado de una palabra atraviesa la teórica membrana que la separa del concepto de otra. Un claro ejemplo de esto es el uso del término 'periplo' literalmente vuelta alrededor del globo terráqueo, ahora, causado por el mencionado fenómeno, abraza el significado de viaje por una zona determinada, «Realizó un periplo por la Comarca de Cartagena», claro que se podría entender que no hay más mundo que nuestra Ciudad y su entorno, que más allá sólo existe un gran abismo. Alguno por ahí pensará esto.

Lo mismo pasa con conceptos que afectan a nuestro patrimonio cultural. Esto es evidente con el significado de los términos; restauración y conservación, aunque parezcan íntimamente ligados engloban notables diferencias, por tanto, la aplicación sobre nuestro patrimonio de uno u otro derivarán en resultados muy dispares.

La conservación es entendida tradicionalmente como la investigación y preservación del patrimonio cultural, empleando cualquier método que resulte eficaz para mantener la obra en el punto más cercano a su estado actual, tanto como sea posible y durante el mayor tiempo factible. Sin embargo, la definición actual de la conservación se ha ampliado y de manera más precisa sería descrita como una gestión ética, que aplicando la mínima intervención, la reversibilidad de las técnicas, así como la constancia documental de los tratamientos aplicados, asegure la permanencia de la obra de arte a través del tiempo. La conservación no cambia el aspecto del bien.Por otro lado, la restauración hace referencia a todas aquellas acciones aplicadas de manera directa a un bien individual y estable, que tengan como objetivo facilitar su lectura, comprensión y uso. Estas acciones sólo se realizan cuando el bien ha perdido una parte de su significado o función derivado de una alteración o un deterioro. En la mayoría de los casos, estas acciones modifican el aspecto del bien.

Es evidente la diferencia de ambos conceptos. a esto me refiero cuando digo que hay que ser preciso. De cualquier manera, independientemente del bien objeto de tratamiento, debemos tener en cuenta una serie de principios fundamentales; un bien patrimonial debe ser tratado de la misma manera en todo su conjunto, no se debe aplicar tratamientos de restauración si no hay una documentación exhaustiva que los avale, en estos casos se debe optar por la conservación, previo a cualquier tratamiento, ya sea de conservación o de restauración, es obligatorio realizar profundos estudios matéricos e históricos que nos indiquen el origen de la degradación.

La conservación y la restauración está basada en largos años de estudio y la experiencia de los expertos profesionales, no se trata de procesos 'democráticos'', a nadie se le ocurre someter a votación el diagnóstico de un médico, lo máximo que hacemos es buscar una segunda opinión, claro está de otro médico. Que te guste mucho algo no te convierte en experto, aunque para llegar a ser un experto te tiene que gustar mucho ese algo.

Es obvio que si te gusta comer no te convierte en chef, si eres un vehemente seguidor de tu equipo de fútbol no te convierte en entrenador o si eres un gran lector no te transforma en literato. Por tanto, es el conservador y restaurador de obras de arte, el experto en la materia, integrante de un equipo multidisciplinar, el que diagnostica el daño y propone tratamiento, además es el responsable de expresarse en los términos correctos para no inducir a error. Es por tanto necesario evitar que, aficionados bienintencionados al patrimonio, actúen sobre los bienes culturales ya que las buenas intenciones no asegura la conservación de nuestro acervo.

Número 9 de la plaza de San Francisco

Hay veces que un elemento ornamental se erige como protagonista indiscutible de una fachada, este es el caso del número 9 de la plaza de San Francisco, bajo y dos plantas. Edificio, de ladrillo rojo visto, que prácticamente desaparece tras sus miradores, cuatro de sus seis vanos lucen sendos balcones cerrados formando dos conjuntos con configuración vertical y que flanquean los dos balcones abiertos situados en el centro de la composición. Los cierres situados en la planta primera son de morfología clásica cartagenera, de madera pintada en blanco y con tres ventanas en guillotina cada uno. Pero lo que añade singularidad a este conjunto, además de su composición, son los cierres superiores, cierres que siguen el ritmo de los de abajo y comparten sus características, salvo por las cristaleras centrales que aumentan su longitud y están coronadas por un arquillo de medio punto cada una. No podemos catalogar a nuestro edificio de construcción monumental, tres alturas, inferior a la mayoría del resto con los que comparten el mismo entorno, no obstante, su fuerte personalidad suple la falta de altura y aporta valores propios a la plaza en la que se sitúa. Como afirma el arquitecto Richard Rogers «La arquitectura trata de espacio público en manos de los edificios», y la plaza de San Francisco de Cartagena se encuentra en buenas manos, esperemos que a nadie se le ocurra amputárselas.