Una de las primeras cosas que te aconsejan meterte en el coco lo antes posible cuando comienzas la carrera de Periodismo es que la cercanía incrementa el valor del suceso. Es de cajón, pensará el lector. Sí que lo es, y en todos los ámbitos de la vida, además. El mazazo que nos han dado en pleno corazón estos psicópatas que han secuestrado el Islam para utilizarlo como excusa de sus asesinatos y mutilaciones con las que buscan aterrorizarnos, ha resultado ser muy efectivo. Sí, el pasado viernes estos yihadistas adoctrinados para acabar con todo lo que suene a libertad, civilización o felicidad democrática lograron mucho más de lo que se habían propuesto. Demasiado, estará pensando alguno de los cabronazos que mueven los hilos del autoproclamado Estado Islámico.

Por unos instantes, que ojalá se estiraran eternamente en el tiempo y el espacio, la mayor parte de los ciudadanos del mundo nos hemos sentido hijos de una misma causa. Se me ponen los pelos de punta cuando escucho la Marsellesa en una céntrica calle neoyorquina. Sin embargo, no puedo evitar que de otra parte se me caiga alguna lágrima pensando y reflexionando cómo hemos llegado hasta aquí. Porque por muy doloroso que haya sido perder de forma tan horrenda a todos esos seres humanos en las calles de París, no podemos permitirnos el lujo de olvidar que en esa misma ciudad (como en otras muchas europeas) se han firmado contratos armamentísticos, se han elucubrado estrategias bélicas, expoliaciones y otros secretos de Estado con los que se alimentan las decenas de conflictos bélicos que pueblan la tierra y que, como revancha, se están colando en nuestra propia casa sin remedio alguno.

Muchos se llevarán las manos a la cabeza por esto que voy a afirmar, pero en la matanza parisina nosotros, los del bando de los buenos, no podemos creernos exentos de responsabilidad. La culpabilidad no sólo se construye sobre lo ejecutado, sino también sobre lo que se dejó de hacer a sabiendas de que la inactividad provocaría una enorme injusticia. Por eso no dudo de que en este complejo mundo no existen ni víctimas ni verdugos absolutos. Lo que sí existe es una absoluta dejadez por nuestra parte al pensar que las decenas de muertos que cada día vemos en las noticias sin que nos palpite el corazón son también asunto nuestro. Es más fácil y cómodo sucumbir a la idea de que no podemos cambiar el mundo porque somos meros ciudadanos sin fuerza ni responsabilidad. Mentira. Tenemos muchísima responsabilidad y poder para intervenir en el desarrollo de los acontecimientos, ¿va usted a seguir eludiéndolos o por fin se pondrá manos a la obra?