Lo reconozco. No puedo con ello, y eso que cada año se adelanta más. Me pone enferma, sin ánimo de ser exagerada, que a mediados de octubre en los supermercados y grandes superficies se pueda encontrar una variada gama, toda la posible, de alimentos típicos navideños: turrones, mantecados, polvores, almendras caramelizadas...

Y me pregunto ¿a qué viene tanta prisa? ¿Por qué no nos podemos esperar a diciembre, cuando ya se le pone a uno el cuerpo navideño, para ofrecer estos productos, que por otro lado a mí me encantan y de los cuales disfruto como el que más? ¿Será cosa del marketing? ¿De intentar vender más? Supongo que esa es la razón y que se habrán hecho muchos estudios previos antes de lanzarse a la aventura. Pero desde luego, conmigo se estrellan. No pienso comprar aún nada. Me esperaré a que el cuerpo me lo pida, porque si no, a este paso, veré los turrones expuestos en pleno mes de agosto.

En serio, ¿por qué tanta prisa? La vida ya pasa lo suficientemente rápido como para que encima nos empujen a vivirla acelerada. Si seguimos así, llegará un momento en que perderemos la noción de qué fiesta nos toca celebrar.