No sé si en 2050 nos podremos tomar las uvas en la Puerta del Sol después de, por enésima vez, intentar retomar el AVE. Desconozco si habrá agua para lavar el racimo o, incluso, si la vid se desprenderá, como aseguran que pasará con los limones, de la triada mediterránea. Si nos atenemos a las señales que nos depara el espacio es significativa la basura espacial que ha caído en Calasparra, quizá imantada por la mierda del vertedero que horada Abanilla gracias a los privilegios y la desidia del Gobierno regional en solucionar el tema, que lleva coleando ocho años tras la denuncia expresa de la Comisión Europea. Un hedor, una vergüenza, una corrupción y un atentado contra el medio ambiente que se produce en la zona más árida de nuestra geografía. Ahí no van a quedar ni las ratas ni los cactus ni, efectivamente, los limoneros o cualquier bicho viviente.

A todo aquel que se pregunte aún si existe o no cambio climático que se acerque por esos parajes, fotografía trágica de los años venideros. Vendrán más años malos y nos harán más ciegos se titula, de forma premonitoria, un libro del bueno de Ferlosio, que no incluía en sus célebres pecios el aumento del CO2 o la tragedia de los refugiados en el Mediterráneo, cuyas muertes contribuirán a elevar su nivel o, en lenguaje de Abanilla, su colmatación.

Lo que no cambiará o mantendremos por largas fechas en nuestro calendario es el paro, tal y como prevé Bruselas para 2016. Ni el verano levanta unas cifras mareantes, que en Murcia aún se tornan más delirantes como consecuencia de un tejido productivo y de una reforma laboral que expulsa a miles de demandantes a la precariedad, al desánimo o al extranjero. A Alemania ha ido la carcasa del cohete encontrado por los dos pastores calasparreños. Allí igual algún investigador murciano, que forma parte de la obligada diáspora, podrá analizarlo y, entre sus restos, inspirar la fragancia de esta tierra enamorada.