Todos los que pensaban que aquella guerra acabaría pronto habían muerto hacía mucho tiempo. Precisamente a causa de la guerra». Así empieza Nos vemos allá arriba, la novela de Pierre Lemaître, que me tiene estos días enganchado. La historia está ambientada en la Primera Guerra Mundial. Una contienda que empezó para muchos medio en broma y terminó siendo la mayor carnicería de la historia. De hecho, la propaganda militar de la época decía burlonamente que las balas del los ´boches´ eran tan blandas que se estrellaban contra los uniformes igual que peras pesadas. Lo que provocaba las carcajadas de los regimientos franceses. En cuatro años se contabilizaron centenares de miles de muertos de risa por el impacto de las balas alemanas.

Esta imagen vale como ninguna para recordarnos que sabemos cómo empiezan los conflictos pero no cómo terminan. Quitémosle la parte cruenta (la de la guerra que no tendrá lugar) y quedémonos con la metáfora. Con la idea de que la frivolidad, la inconciencia o la estupidez pueden desencadenar las peores pesadillas.

Lo que estamos viendo estos días en Cataluña es la crónica de un conflicto anunciado. Que empieza con la mueca burlona de Mas (una risilla ahogada, chulesca y taimada) y que no sabemos cómo acabará. El órdago no es pequeño. La burguesía catalana, acosada por la corrupción y una gestión desastrosa tras décadas gobernando uno de los territorios más ricos de Europa, se echa a la barricadas para luchar por una quimérica independencia.

El caso es que la cuerda está a punto de romperse. Es lo que tienen las huidas hacia delante, que casi nunca tienen vuelta atrás. Podríamos reírnos, como hacían los soldados franceses, viendo a los del Junts pel Sí, esos respetables burgueses convertidos en jóvenes iracundos, presentar una propuesta de resolución para el inicio del proceso de creación del Estado catalán independiente, desafiando la ley y el orden. Desternillarnos de risa por lo que tiene de disparatado. Pero mejor nos tomamos el asunto en serio. La aplicación inevitable, por lo que se ve, del artículo 155, en su totalidad o en parte, será un punto de inflexión de consecuencias imprevisibles.

En esta deriva que se avecina convendría pedir altura de miras a todos (también a los independentistas, aunque vayan a lo suyo y no atiendan a razones). Es mucho lo que está en juego. Al PP, para que sepa que el uso electoralista del conflicto puede ser rentable para el partido pero letal para los españoles. Y a la izquierda, para que de una vez por todas articule, fuera de ambigüedades, una política territorial clara, homogénea y entendible por todos.

De momento, la independencia catalana viene a echarle una mano a Rajoy y a Albert Rivera. Se introduce como un huracán en la contienda electoral para arrinconar lo que ha tenido en jaque a este Gobierno en los últimos cuatro años: la cuestión social. Va a ser muy difícil que se hable en la campaña de precariedad, pobreza, desigualdades sociales, recortes de derechos, corrupción.

Descolocada en la cuestión territorial, y sin posibilidad de hacer oír su discurso social, la izquierda tiene motivos para temer lo peor. Frente al desafío independentista, el PSOE, Podemos e IU deben dejarse de malabarismos dialécticos y prescindir de ´falsos amigos´. O pagarán las consecuencias. En parte, el PSOE ya ha empezado a hacerlo. Pero a Podemos e IU les queda un gran techo que recorrer. Las elecciones catalanas han sido el primer aviso. La indefinición no da votos. Ni aquí ni allí. Como partidos de ámbito estatal deben tener una visión estatal. El respeto a las diferencias territoriales está garantizado. En todo caso se puede mejorar el encaje de estos territorios en el conjunto de España, y ahí es donde entra en juego la negociación. Pero el nacionalismo, siempre de origen burgués, entra frontalmente en colisión con los principios de la izquierda, tanto más cuando deriva en posiciones excluyentes y secesionistas.

Se equivocan Iglesias y Garzón si piensan que este asunto se puede despachar manteniéndose a distancia o colocándose por encima de la mêlée. Tarde o temprano habrá que tomar partido. Partido, como decía Celaya, hasta mancharse. La cuestión territorial va a condicionar „¡y de qué manera!- la política española de los próximos años. Que no piensen, como creían aquellos soldados, que esta contienda será breve y pasará sin más. Porque acabarán barridos políticamente por ella.