Los actuales indicios de actividad política por parte de Mariano Rajoy podrían llevarnos a pensar que, ahora, al final de la legislatura, ha despertado de su sueño neoliberal. En realidad, su letargo no era sino aparente. Rajoy, simplemente, es de los que las matan callando. Engañados por su pinta de minso (me permito el murcianismo), de beatón sabelotodo, nos hemos creído que teníamos un presidente que pertenecía a una especie rara de animales de sangre fría con apariencia humana e, incluso, hemos llegado a creer que su letargo no era estacional sino permanente. Pero he aquí que el presidente ha despertado, tarde pero ha despertado y lo ha hecho envuelto en la bandera nacional.

Llevan razón los Maruhendas de turno cuando afirman que Rajoy es el presidente más inteligente de los que hemos tenido en esta etapa democrática. Lo es no sólo porque haya conseguido engañarnos, sino porque, moviéndose con enorme sigilo ha conseguido culminar la tarea para la que llegó a la presidencia del Ejecutivo y a la que se ha entregado en cuerpo y alma, la liquidación del Estado social de derechos. Habrá un antes y un después de Rajoy, porque ya nada, en lo laboral y en lo social, volverá a ser como antes. Misión cumplida.

Desde que en el terreno macroeconómico las cosas empezaron a ir mejor, gracias a Mario Draghi y al precio del petróleo, Rajoy no ha dudado en atribuirse el mérito para convencer a la ciudadanía de que sólo él garantiza la línea económica ascendente y que cualquier otra opción equivaldría a un suicidio colectivo. La reiterativa monotonía otoñal de su mensaje no convencerá pero agota y adormece y un pueblo aburrido y adormecido es un pueblo vencido.

Alcanzado ya el éxito irreversible de su empresa, Rajoy ha decidido iniciar la actividad política, ha mirado a su alrededor y se ha encontrado con la noticia de que el continuo reclamo de la legalidad constitucional vigente no ha funcionado y de que en Cataluña el plan de secesión de España va in crescendo. De modo que, metido en acción, lo primero que se le ha ocurrido es la creación de un pacto unionista contra el secesionismo que el PP, por torpeza o por interés electoralista, ha ido fomentado en los últimos tiempos.

Primero fue la recogida de firmas contra el Estatut y el boicot a los productos catalanes. Luego fue el recurso contra el Estatut y las presiones al Tribunal Constitucional. Después vino la negativa a una consulta para conocer el grado de seguimiento de los catalanes hacia la deriva secesionista. Más tarde, los recursos contra el referéndum del 9 de noviembre de 20014 y la investigación posterior por desobediencia a los responsables de la consulta. En fin, toda una serie de desaciertos que sólo han servido para echar leña al fuego independentista.

La democracia no es una cárcel ni una camisa de fuerza. La democracia sólo funciona a partir de tres requisitos: el respeto al principio de libertad, la aceptación del diálogo como procedimiento y la consecución del consenso como objetivo. Sin estos tres requisitos, el único resultado posible es el enfrentamiento entre monólogos, que es lo que tenemos.

Un frente antisecesionista sólo servirá para enardecer aún más la galopada secesionista. Una suspensión, por parte del Tribunal Constitucional, de la declaración de independencia que, sin duda, se aprobará por el Parlament, será papel mojado porque este tribunal sólo representa ya, para los dirigentes del secesionismo, un mecanismo de represión. La reforma de la Constitución que el PSOE defiende y a la que el PP, envuelto en su banderita roja y gualda, se niega, no resolvería tampoco el problema porque el PSOE ni siquiera estaría dispuesto a admitir el término de ´nación´ para Cataluña. España no necesita una reforma tímida y ambigua de la Constitución, sino una reforma capaz de solventar los retos a los que se enfrenta este país.

Tal vez no sea tarde para quienes no deseamos la secesión de Cataluña, pero debemos permitir que los catalanes se expresen respecto a su relación con España, ahora que aún existe una mayoría no secesionista.