La otra noche, disfrutando una vez más de la excelente película La Colmena, recordé que de niño hice un donativo. Sería a finales de los 60 cuando el maestro nos convenció de que en China había un montón de chinos sin bautizar. Para colaborar en solucionar el problema, mi madre metió 25 pesetas de la época en un sobre que ilustraba el rostro de un niño con los ojos rasgados, y escribimos el nombre con el que queríamos bautizar a la criatura: le pusimos el mío, Francisco „ponerle Paquito nos parecía excesivo para un oriental„. Durante años sentí la curiosidad de saber qué habría sido de él. Así que ahora, cada vez que tropiezo con un chino, siento deseos de preguntarle si conoce a algún compatriota suyo que se llame Francisco.