Alrededor de 795 millones de personas no cuentan con suficiente comida para alimentarse, en gran parte a causa de la gran cantidad de situaciones de conflicto en el mundo, según ha advertido el Índice Global contra el Hambre. Con este dato me desayunaba el martes pasado (trece para más inri) y, a pesar de la frialdad de las cifras y las estadísticas y de la cotidianeidad con las que nos las sirven los medios de comunicación, sentí un hondo dolor de estómago reviviendo en mi mente las imágenes, no por repetidas menos impactantes, de niños esqueléticos tratando de sacar algo de leche de los pechos hace tiempo vacíos de sus madres. Y, lo que es la vida, en el mismo periódico asaltó mi pupila otro dato también doloroso, pero esta vez por mostrar la injusticia de ricos y pobres desde el otro lado de la moneda: el número de millonarios que hay en España ha caído en 94.000 individuos respecto al mismo periodo del año pasado y ya 'solo' quedan 360.000. Son cifras que muestran la desigualdad que rige nuestro mundo y que alimentan una injusticia que fractura la esencia misma de nuestra 'desahuciada' humanidad.