Desde que se implantara la Logse, la primera gran reforma educativa de la democracia, hasta la actual Lomce ha habido un constante empeño en relegar la asignatura de Filosofía en el Bachillerato. Ya sea por la tendencia a introducir las nuevas tecnologías en el aula o por innovar en los planes de estudio hacia campos que se han considerado más prácticos para la realidad social, estamos acostumbrados en los últimos 30 años a ir quitando presencia en los centros educativos al mundo del pensamiento. No quisiera creer que con ello se intenta evitar que los jóvenes maduren con Platón, Kant o Hegel para que sean más moldeables y menos críticos, pero todo está conduciendo hacia la formación de puntillas en la que el peso de lo audiovisual o los temas transversales como educación vial están tomando un mayor protagonismo. El conocimiento de la evolución del pensamiento nos hace más críticos, más reflexivos, más humanos, por lo que debería tener un papel preponderante en la enseñanza. Pero parece que lo que se pretende es incidir en la superficie, la trivialidad. ¿No será que hay miedo a pensar?