Es posible que puedas contar los miles de segundos que llevas vivo sobre la Tierra. Pero te aseguro que te resultará imposible hacer la suma de los momentos en los que has sido feliz o desdichado.

Puedes contabilizar tus amantes. Si eres metódico incluso serás capaz de escribir una lista con sus nombres y apellidos. Pero jamás te será dado hacer una gráfica en la que puedas reflejar cuánto cariño has entregado, cuánto amor has recibido. Si eres un loco de los cálculos, hasta puede que hayas contado cuántos abrazos te han dado tus amigos, tus hermanos, tus hijos, tu madre. Pero no existe el guarismo que pueda representar la cantidad de amor que esos abrazos significan. La ternura no ha sido todavía susceptible de ser analizada en un laboratorio. Los besos no aparecen en la tabla periódica.

Hay quienes hacen listas de los libros que han leído. Yo también lo he hecho en ocasiones. Nos gusta ordenar los pensamientos y hacer catálogos de casi todo. Puede que recuerdes los títulos de doscientas novelas, incluso párrafos enteros, o versos que te han emocionado. Pero resulta una tarea improbable el hacer un recuento de las emociones que la poesía te ha procurado. Un informe sobre la felicidad que los libros te han regalado. No importa cuánto lees, importa lo que esas lecturas te han aportado. No importa leer toda la obra de Platón o de Kant. Importa lo que se aprende y nos queda de esas lecturas. Se pueden contar los versos de un poema, medir las sílabas de un verso. Pero no se puede saber cuánto pesa la poesía, ni cuánto cuesta la palabra miedo.

Es fácil hacer el cálculo de nuestra biografía, sumar los días. Pero, ¿quién puede cuantificar los momentos que se ha sentido vivo? ¿Quién ha contado alguna vez las alegrías, las tristezas, los momentos de angustia o nostalgia?

Los lugares aparecen en los mapas. Las fechas, en los calendarios. Las horas, en los relojes. Pero la melancolía que experimentamos ante una puesta de sol, ante un paisaje o frente al océano no aparece en los atlas. Y los momentos que hemos soñado con que éramos felices no los señalará la aguja de tu reloj. De hecho, el tiempo de la felicidad nos parece siempre más fugaz; el tiempo de los sueños no tiene tiempo. Los lugares que se relatan en las novelas solo existen en tu alma y su geografía es infinita.

Puedes recordar el día que conociste al amor de tu vida. Pero no el instante preciso en el que comenzaste a enamorarte. Puedes saber la fecha en que naciste. Pero difícilmente sabrás cuándo vas a abandonar el mundo.

Hay quienes creen que todo se puede medir, que el lenguaje matemático es universal y que es capaz de aprehender el universo. Que la vida es una ecuación y que la estadística nunca engaña.

Creo que se equivocan, aunque yo tampoco lo tengo muy claro porque soy de letras.