El último año completo antes de la era Zapatero (2003) la deuda pública española estaba en un 48,8% del PIB, y suponía unos nueve mil euros por cabeza censada. Diez años y dos trimestres más tarde la deuda está en el 98,4% y supone más de veinte mil euros per cápita. Es decir, más del doble. El fenómeno es aún más notable si tenemos en cuenta que en los primeros años del periodo relatado la ratio se redujo, hasta llegar al 36,3% en 2007, el último año bueno de los datos macroeconómicos. Al siguiente, en que Zapatero revalidó su mandato, ya subió al 40,2% del PIB. Casi cuatro puntos. A partir de entonces todo fue un gran frenesí. La deuda crecía, el PIB bajaba y la ratio que los relaciona se disparaba vertiginosamente. El último año Zapatero llegó hasta el 70,5%, y aquello parecía el fin del mundo, pero tras dos años y medio con Mariano Rajoy al mando, la cifra se ha elevado en 28 puntos. España se acerca la cifra del cien por cien, en la que se supone que lo debido por las administraciones públicas equivale a lo trabajado por todo el país a lo largo de un año, en términos de riqueza producida. Una comparación más ejemplar que práctica, ya que en ningún caso se podría dedicar todo el esfuerzo del país a tal finalidad, ni que fuera porque hay, además, una deuda privada de dimensiones escalofriantes.

Cabe preguntarse si una deuda pública que iguale el PIB es un desastre irreversible. La respuesta no puede ser unívoca. Estados Unidos cerró el pasado ejercicio con una deuda del 104%, y a nadie se le ocurre que se encuentre a las puertas de la ruina nacional, y menos todavía que no vaya a cumplir sus obligaciones. Más espectacular es lo de Japón, con una deuda del 237%. Pero la prima de riesgo de Estados Unidos es menor a la de España, y la de Japón es incluso negativa, es decir, remunera a sus acreedores por debajo de Alemania. Ello indica que dichos acreedores confían plenamente en la capacidad de ambas potencias de cumplir con sus pagos. Distinta era la situación en julio de 2011, cuando el mercado pedía al Tesoro de España que sumara seis puntos al precio del dinero que ofrecía Alemania. En aquel momento la deuda era inferior a la actual, pero la incertidumbre era superior por la crisis griega y el temor al desmoronamiento del euro. Entonces se defendía desde el sur de Europa la mutualización de las deudas de los estados con los eurobonos, de manera que la solvencia alemana permitiera abaratar el precio de la deuda italiana o española. Alemania no quería, naturalmente, y no iba tampoco a querer si una nueva crisis amenazara hoy, otra vez, la credibilidad de la deuda española. Mutualizar significa que Merkel paga más por su deuda, y no por algo que Alemania haya hecho mal, sino por pecados ajenos. Y añade otro argumento: si a los sureños nos lo ponen así de fácil, no dejaremos nunca de endeudarnos. Lo que, visto lo visto, es digno de crédito.