El PP pinchó la semana pasada en Murcia. Un mitin a medio gas de apertura de campaña. El hecho, que en apariencia no es importante, saca a desfilar un temor de los populares: se acabaron los baños de masas en feudos tradicionales. Cañete es quizás el actor de la política nacional que mejor conoce el sector primario. En zonas urbanas donde se concentran profesionales de despachos y funcionarios el campo es una preocupación si no terciaria, muy alejada de sus vidas. Sin embargo, en zonas que viven prácticamente del sector primario, como es el caso de Murcia, éste tiene mucho que decir y decidir.

La política agraria común y el agua son temas indisolubles; sin agua no hay producción agrícola. Si algo ha sabido hacer bien el PP regional es imbricarse con el campo como lo hizo la vieja guardia de los socialistas murcianos antes de desaparecer de escena. Ahora las cosas han cambiado. Los años de rentas electorales procedentes de jalear consignas vacías sobre el agua y el campo se han acabado. Gobernar, y hacerlo con semejante holgura parlamentaria, olvidándose de esas banderas enarboladas durante tanto tiempo tiene consecuencias. Y ya asoman la cabeza. Hace tiempo que el PP murciano sabe que el bumerán del agua es muy peligroso. Las cosas están así; ni las ejecutivas del PP ni del PSOE quieren un Plan Hidrológico Nacional en este momento, quizás nunca, y, por conveniencia mutua, necesitan pactar sobre el Tajo, porque está construido.

Los eslóganes del debate de estas elecciones europeas pasan por hablar de España y poco de lo que se elige, la composición del Parlamento Europeo, que no es una proyección del Congreso de los Diputados. La Unión Europea funciona como un gran mercado de alianzas y pactos múltiples entre europarlamentarios, grupos políticos y ´lobbys´ que se acercan a la cámara. Europa es, con diferencia, el área geopolítica más próspera, libre y tolerante del mundo desarrollado. No obstante, no es un territorio homogéneo, ni mucho menos. Está la Europa de las infraestructuras eficientes, el urbanismo de calidad, la economía del conocimiento y la integración de culturas. Hay otras caras de Europa menos agradables de las que debería hablarse más; la de la decadencia prolongada, la de los territorios abandonados al caciquismo, la de la economía del clientelismo y, muy peligroso y en auge, la de la xenofobia e intolerancia.

Tampoco nadie nos cuenta por qué se silencian las recomendaciones de la UE cuando suceden catástrofes naturales. En nuestra Región, por ejemplo, se han ignorado las propuestas que el Consejo de Europa, a través de un equipo de expertos en urbanismo, hicieron en septiembre de 2011, recogidas en su correspondiente memoria técnica, para la reconstrucción de Lorca. El hecho de que las Administraciones (local, regional y nacional) sean conscientes del malestar de las que ellas mismas son responsables poco a nada ha repercutido en su forma de actuar. Y lo que es peor, tres años después siguen sin dar una solución mínimamente clara ni oficial (les recuerdo, ya lo he hecho varias veces, que el Plan Lorca sigue, un año después de su presentación, sin ser publicado).

Los gobernantes españoles deberían dar buena cuenta del destino de los fondos estructurales recibidos, que han sido multimillonarios. En cuanto a la Región de Murcia tampoco se debate el porqué de nuestro atraso ferroviario „que tiene mucho que ver con el distanciamiento regional con la Europa próspera y los despilfarros en obra pública„, de los letargos turístico „en un país cuya principal actividad económica es esa„ económico y educativo. En regiones pobres y atrasadas como esta, entre las diez de mayor desempleo de toda la UE, hablar de política europea con rigor y de su importancia es una necesidad de primer orden. Pese toda esta crítica está muerta.

A grandes y pequeños les importa más la clave nacional como antesala a 2015. Y es que Michael Schultz y Jean-Claude Juncker suenan más a cantantes, actores o futbolistas extranjeros que a candidatos a presidir la Comisión Europea.