Uno tras otro se han sucedido casi sin tregua a lo largo de este invierno, dejando en muchos lugares una huella imborrable. La Naturaleza no sabe de perdones pero muestra con amplitud las posibles consecuencias del calentamiento global. Nuestra esperanza se fundamenta en la calma que sigue a toda tempestad para intentar reparar lo que no siempre es reparable porque el paisaje puede cambiar hasta ser irreconocible pero si muere alguien no hay cambio posible. Cada vida es única.

Temporales se suceden, uno tras otro „también sin tregua„ en las relaciones humanas, prácticamente las arrasan, dejando en muchas personas una triste huella. Pedir perdón y saber perdonar es directamente proporcional a nuestra capacidad de querer, sorteando toda una carrera de obstáculos que se agigantan cuando faltando a la objetividad damos vueltas y vueltas a los problemas en vez de tratar de solucionarlos. «La sociedad y la familia se parecen al arco de un palacio: quitas una piedra y todo se derrumba» (Talmud). Impresionante como arrancaban en Kiev los adoquines del suelo para lanzarlos a la destrucción. La eterna lucha entre hermanos desunidos por la orfandad de intereses comunes. Temporales de violencia que la encumbran a un destructivo poder donde rige la ley del más fuerte en detrimento de los más débiles y desamparados. Guerras y guerrillas que ignoran y desprecian la dignidad humana. Temporales de corrupción y abuso de poder hasta límites insospechados ante la indiferencia de unos, el reproche y desprecio de otros o la mirada suplicante de los más necesitados. Y después; olvido, desidia, protesta inoperante, ausencia de compromiso€ y la calma necesaria para edificar sobre cimientos firmes en medio de tan grave miseria. Temporales de palabras que hay que hacer vida.

Como dice el papa Francisco: «Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo ni sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó en el camino. A veces es como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad». Temporales que seguramente cada uno capeará a su manera pero seguro que nadie se quedará a cubierto mientras la indigencia llama a su puerta. Tan lejos, tan cerca.