Probablemente sea el de Brooklyn el puente más famoso del mundo. De lo que no cabe duda es de que se trata del más visto en la gran pantalla. Como a Cary Grant o a Marlon Brando, como a Paul Newman o a Robert Redford, la cámara lo adora. Es todo un galán de casi dos kilómetros de longitud. Presume de una imponente anatomía de granito y hormigón. Y enamora a quien se le ponga por delante con su eterna sonrisa de acero, la que se despliega, subyugadora, sobre el East River.

Estos días se suceden los actos que conmemoran sus 130 años de historia. La ciudad de Nueva York se ha volcado para agasajar a uno de sus hijos más ilustres y queridos. Times Square, el Rockefeller Center, la Estatua de la Libertad y el Empire State lo miran de reojo, con cierta envidia, pero sin poder disimular ese legítimo orgullo que sienten por tener como hermano mayor de los iconos neoyorquinos al mítico puente.

Decíamos que la cámara lo adora, y deberíamos decir, mejor, las cámaras. Porque las cíclopes enamoradas de tan particular estrella se cuentan por millares. Las de Frank Capra, John Huston, Sergio LeoneSydney Pollack protagonizaron algunos de sus romances más sonados. Las de Woody Allen y Scorsese se cuentan entre sus más abnegadas y duraderas amantes. Hasta la de un pionero como Edison o la de un español como Garci cayeron rendidas a sus encantos. Todo un conquistador que no conoce de épocas, modas o tendencias. Como el galán clásico que es, en todas ellas triunfa y a todas ellas trasciende.

Los puentes, además de uno de los grandes logros de la ingeniería, constituyen una poderosa metáfora. Cada vez que se erige uno de ellos, el mundo se acerca, se comunica, se enlaza. Y cada vez que alguno se quiebra, se desmorona o se destruye, es como si al mundo se le cortase una vena. Una de las tácticas más habituales cuando un ejército se bate en retira consiste, precisamente, en derrumbar los puentes que van quedando atrás. Así lo hicieron los alemanes con los de Florencia cuando se vieron obligados a abandonar Italia en el verano del 44. Sólo dejaron en pie el histórico Ponte Vecchio. Dicen que fue el propio Hitler el que dio la orden de no destruirlo. Incluso al monstruo emocionó la belleza pintoresca de este sencillo puente medieval.

Como decimos, el de Brooklyn es también, y sobre todo, metáfora, símbolo e icono. Ese kilométrico brazo que une la isla de Manhattan con el populoso barrio que le da nombre, es la arquitectura urbana y la cultura occidental, es Nueva York y América, es el siglo XX y la Edad Contemporánea. Y como el perfecto galán que siempre ha sido, seguirá enamorando a todo aquel que se cruce con su majestuosa figura, ya sea paseando junto al East River o asistiendo, desde cualquier rincón del mundo, a su enésima aparición estelar en la gran pantalla.