Lo que nos está tocando vivir es de tal repugnante jaez que difícilmente aportaré cosas atinadas, sobre todo si uno está tocado por los dioses con la desgracia de un carácter bipolar, que quizá ahora no esté en su peor momento, pero que siempre preocupa.

Además, soy ciego. No es cuestión de contar más desgracias, pero padecerlas las he padecido en número suficiente debiendo uno estar preparado para afrontar las nuevas, incluída la ineludible de despedirse huius lacrimarum vallis.

Con esta fuerza de mi situación personal, apenas pincelada, y mis 53 años de vida, me atrevo a escribir y escribo que me revelo hasta donde me es posible contra esta locura de los últimos coletazos de un sistema, el capitalista, que está zampándose, no sólo ya gran parte del tercer mundo desde épocas coloniales, sino ahora sus propios pies, principalmente la Europa Occidental, su baluarte más brillante, su delineadora e ideóloga. Zampándose el optimismo de la época ilustrada, la delirante idea burguesa de que progresamos sin fin. Pensábamos: «Salvándonos individualmente por cualquier medio nos salvamos todos».

En la segunda mitad del XIX la izquierda hegeliana criticó ya ese mundo feliz teorizado por Hegel, que presentaba a la sociedad del momento como expresión de los últimos despliegues de un espíritu que camina realizando su absoluta perfección. Marx era el joven más brillante de entre aquellos.

Desde entonces los intelectuales más atrevidos, más comprometidos, menos encadenados a tópicos e intereses mezquinos, también gran número de artistas, transitaron esta senda de crítica al estado de cosas, poco favorable para la realización del hombre.

Hemos vivido la experiencia de las revoluciones obreras, también sus asfixiantes dictaduras, ambas guerras mundiales, un progreso posterior desmedido y ahora este tremendo crack, anunciado por aquellos intelectuales y artistas —también la Escuela de Frankfurt— no conformes con los bríos que iba cobrando el capitalismo como sistema de usura e individualismo moral y sin cortapisas.

Voy a mi asunto. Desde mi experiencia, buena o mala, señalo que la solución de nuestros problemas vuelve a pasar, si queremos organizarnos contra esto que todos cacareamos ya como ´profunda crisis´, precisamente por Karl Marx, por sus ideas más genuinas, más lúcidas de lo que generalmente se admite sin conocerlas bien. No podemos permitirnos el lujo de perder de vista su análisis de la realidad, de lo social; su desenmascaramiento de los intereses de los opresores; la idea de la infraestructura, que informa o mapea a la superestructura, es decir, de que los intereses más inconfesables forjan los discursos, las creencias, el imaginario colectivo; de que el cambio de cosas debe ser promovido por los peor situados —obviamente, muy importante—; de que la historia es movible, de que las cosas pueden cambiarse, tomando plena conciencia; de que toda acción revolucionaria debe servir realmente —no ideológicamente— al bien común, a todos los hombres; la distinción entre análisis rigurosos, racionales, científicos, versus discursos ideológicos montados sobre intereses de unos pocos, gobernantes, clase opresora, explotadores.

Todo esto está en Marx y sigue siendo absolutamente fundamental y útil; así como el respeto a la naturaleza y detestar toda vehiculación de ésta para uso y explotación de la minoría.

Muchos hemos caído en las redes de este sistema absolutamente inhumano, que, sin ir más lejos, desprecia a seis millones de españoles y a los demás; les engaña, les promete la felicidad en cada recorte de sus derechos más fundamentales, vendiéndose plenamente a los intereses europeos, que es lo mismo que decir de Merkel y unos pocos más. Pero es hora de encarar las cosas, de quitarnos lastre, dudando de tanta palabrería de un sistema que se resquebraja.

De hecho, ya nadie cree que Europa y sus instituciones salven: ¡mentira!, y si usted se lo cree, señor Rajoy, raya la oligofrenia. Esta Europa, ésta, no salva. Nadie cree en la cientificidad de Standard and Poor, Fitch, Moody´s, ni en la inocencia de los que a ellas se inclinan, ni siquiera en las pocas reglas neoliberales: «Mueve dinero para que indirectamente todos salgamos ganando».

Las agencias de calificación de riesgos barren para los intereses de los especuladores aunque se escondan en proporciones. Las verdades del sistema capitalista son parciales, interesadas, por mucho que una minoría nos machaque con todos los medios a su alcance sin reparo ni vergüenza, y más sublevante aún, con la complicidad de casi todas las iglesias; desde luego, no es lo mismo la inocencia de un creyente sin apenas formación que la perversidad del discurso religioso alienante de determinadas figuras ni su misma responsabilidad para con la humanidad.

Por cierto, ´alienación´ también es palabra central en la forma racional, humana, de encarar el mundo la teoría marxista.

Imagino que pocos lectores han gustado de seguirme hasta aquí.

Retomo mi apunte central: no he repasado las atrocidades, económicas, las injusticias, los atropellos ecológicos, etc., que casi todos estamos padeciendo, aún en mayor o menor medida.

Este repaso lo hacemos cada día, bien descafeinadamente por los medios de comunicación al uso, bien con mayor responsabilidad en la prensa más adecuada o en Internet como espacio menos tutelado por la oficialidad. Prefiero intentar pincelar alguna salida.

Prácticamente necesitamos un ´nuevo orden mundial´. Podemos suponer: 1. que tal no llegue jamás y el actual se desmorone poco a poco, ahogando cada vez a más personas, con reyertas desorganizadas sin alcanzar nada interesante para todos, y la suma de los desastres climatológicos que nos hemos labrado, etc.; o 2. que tomemos conciencia plena de la situación, que los burlados por el sistema —cada vez más— y cualquier mujer/hombre de bien, nos acojamos a consignas racionales de acción, buscando el bien general, realmente —no ficticiamente—; procuremos enderezar la historia, evitando caer en dictaduras fuertemente incómodas.

Claro, habría una tercera alternativa, demasiado idílica: aquella que, no sin el empuje de una amplia masa lo más consciente posible, más todos los movimientos afines de ´indignación´, en crecimiento geométrico, consiguiera de las actuales instituciones del sistema la realización de un ´concilio´ para el diseño serio de un nuevo orden mundial que sustituya al neoliberalismo. Nos evitaríamos muchos disgustos.

Todo esto es brutal, casi irrealizable, pero con parches de los interesados neoliberales seguiremos hundiéndonos en el pantano.

Marx tiene mucho que enseñarnos aún.