Los murcianos dicen sentenciosos que en Murcia nunca hace frío. Y una inmigrante conocida mía natural de Omsk, Siberia (la capital administrativa de los cosacos, esos chicos que no juegan al voley playa), me confiesa que jamás en su vida había pasado tanto frío como en Murcia. Hay una ligera diferencia de percepción. Los murcianos de lo que presumen es de que en Murcia hay más de 300 días de sol al año. Exactamente como en Omsk, Siberia, según las estadísticas meteorológicas. Es decir, que, según una profesional del frío, aquí puede pasarse más que en la estepa (que no es el lugar donde hacen los famosos polvorones), y los que no conocemos el frío mantenemos que aquí no existe. ¿Cómo podemos saberlo, si no lo hemos tenido nunca?

Yo, cuando llega el invierno, me fío más de mi conocida siberiana que de los murcianos. Y, desde luego, la opinión que más tengo en cuenta es la mía: yo tampoco he pasado nunca tanto frío, ni en Alaska ni en el casquete polar noruego, como en el Café del Arco de la plaza de Romea durante este febrero, desde que un arquitecto pensó que lo moderno era dejarlo sin puerta, al raso, porque las puertas sólo hacen falta más arriba de Soria. Los murcianos mantienen la misma relación con el frío que los ingleses con los vecinos: no reconocen su existencia, dado que no han sido presentados. Los murcianos son capaces de pasar un frío espantoso negando validez a sus sentidos, como aquellos justicieros de las pelis de los 80 que gritaban «no existe el dolor». Es muy probable que en Siberia se pase mucho menos frío que en Murcia, como sensación térmica. Donde más frío se pasa siempre es en el sur, donde no se le espera. Y, como no se le espera, he logrado la rara hazaña de helarme hasta en La Habana, donde no se toman la molestia de poner cristales a las ventanas. De hecho, yo, siguiendo lo que mantiene mi conocida cosaca, donde me he sentido más aterido no ha sido en el casquete polar, donde hacía un solecillo permanente muy similar a esas llamadas ´calmas de enero´ de la costa murciana, tan agradables, sino en el salón de la vieja casa de mi abuela, que mi ama Pascuala llamaba ´La Siberia´. «¿A dónde vas, a La Siberia?», me decía alarmada cuando veía que me encaminaba para ese salón, con el propósito de leer algún libro. No supe si mi ama Pascuala pretendía evitar a toda costa que me congelara o que leyese.

Como en Murcia no se baja jamás de lo primaveral, todo está perfectamente acondicionado para que haga el mayor fresco posible y aquí en las casas cae más relente que en la calle. Solamente en los últimos años nos hemos amariconado un poco, y las terrazas en la vía pública han colocado en invierno unas estufas inútiles, naturalmente para las visitas, no para los murcianos, que no creemos en eso. Al final hemos tenido que poner calefacción sólo para que la gente ruda que viene de Siberia no se nos coja una pulmonía.