Puede que sea algo innato (salvo raras excepciones) a nuestra condición humana: nos gusta estrenar, pero siempre hay un antes y un después del pequeño o gran acontecimiento. Es fácil recordar la ilusión infantil que nos desbordaba cuando estrenábamos zapatos nuevos —¡cómo brillaban los de charol!—, alborozo que se iba apagando a medida que nos apretaban más de la cuenta y nos salían las temibles ampollas. A lo largo de la vida estrenamos muchas cosas de todo orden y condición. No pocas veces comprobamos que lo nuevo por conocer no cubre las expectativas previstas.

Somos insaciables y apenas conseguimos algo ya estamos pensando en otros logros. A veces, ni siquiera tenemos que hacer grandes elucubraciones porque de ello se encargan los autores del engranaje de nuestra sociedad de consumo, creándonos sin cesar hasta las más absurdas necesidades, muchas a precio de ganga ¡claro! Compramos y consumimos de manera compulsiva con una facilidad pasmosa. Gastar por gastar, tener por tener… No están los tiempos ni los bolsillos para tanta ligereza, y aumenta el número de los que ajustan —¡qué más quisieran algunos!— las compras a sus necesidades y no a las del mercado de consumo.

De todas formas siempre es agradable estrenar algo que nos gusta ya sea ropa, casa, coche, trabajo, sueños... ¡soñar es gratis! «Soñad y os quedaréis cortos», decía San Josemaría a los primeros fieles del Opus Dei. Un sueño que se ha hecho realidad ante lo asequible del mensaje: ser santos en la vida de cada día. Todas las circunstancias, por difíciles que sean, son una oportunidad para amar a Dios.

Este fin de semana se ha estrenado en España la película Encontrarás dragones, de Roland Joffé. Un estreno con un antes (historia, trabajo, profesionalidad, arte, esfuerzo) y un después que lógicamente sería, una vez vista la cinta, agradecer el buen cine, el mensaje que transmite de reconciliación y perdón y la oportunidad de poder conocer más de cerca a un santo de nuestro tiempo. Luego ¡allá películas! Y cada cual haga de su capa un sayo, pero, por favor, no volvamos a lo de siempre: la envidia y la crítica destructiva. Ya circulan artículos y comentarios que se las traen con opiniones tan manidas como obsoletas. Es hora de ampliar miras, de ver más lejos de nuestras narices, de respetar y dejar vivir con la mirada puesta más allá de las estrellas sin dejar de saber el terreno que pisamos. Que sí que vale la pena estrenar cada día como un regalo de y para Dios.