«Señor, no me des, pero ponme donde haya»

Oración del corrupto

La reciente Operación Umbra contra la presunta corrupción en la Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento de Murcia nos devuelve de nuevo a la palestra la corrupción política. No es de extrañar que para los españoles, según las encuestas, los políticos representan el tercer problema después de la economía y el paro. Sí es verdad, que generalizar la corrupción política me parece injusto porque hay personas que en Ayuntamientos, Asambleas Regionales, Senado y Congreso de los Diputados actúan con honestidad y dedicación. Pero, a la misma vez, es verdad que existen muchos casos de corrupción política e intuimos que es sólo la punta del iceberg.

Aunque resulte contradictorio, esta corrupción política viene acompañada de un cierto sentir en muchos ciudadanos que cuando se reprocha dicha actitud de corrupción, alegan: «¡Qué bueno! Que no pasa nada y que hacen muy bien, porque yo haría lo mismo, y tú cállate porque serías peor que ellos».

Recuerdo los años 80, cuando la corrupción no era tolerada ni en su legitimación y tenía consecuencias negativas para el partido político que la

amparaba; más tarde o temprano repercutía en sus votantes. Lo que también recuerdo es que había un ambiente de no aceptación de estos hechos, una crítica social sobre las personas que presuntamente era imputadas por actuaciones contra la ética política. Se podía aceptar que un alcalde o un concejal tomaran una decisión muy cuestionable legalmente que afectara a un trámite administrativo, pero que beneficiara al pueblo y, por supuesto no hubiera dinero por medio ni ninguna otra contraprestación. Muchos alcaldes han tomado decisiones controvertidas para no perder una subvención o no perder un proyecto para su pueblo, porque las condiciones de la Administración pública son complicadas de cumplir al pie de la letra. Yo, personalmente lo acepto porque se juegan el puesto por el bien de su pueblo.

En la actualidad se ha intentado justificar la corrupción como algo que beneficiaba al crecimiento de una población, pero lo único que se han beneficiado han sido algunas cuentas corrientes y lo único que ha traído ha sido paro, destrucción del medio ambiente y pobreza. Desde los movimientos sociales y ecologistas se decían que todo esto era pan para hoy y hambre para mañana, y han acertado, no porque fueran unos iluminados, sino porque la codicia, la ambición y la soberbia que conlleva no ve más allá de sus propios intereses.

¿Qué ha pasado en nuestra sociedad para este cambio de actitud respeto a la corrupción? Tal vez hemos hecho del dinero el único valor de nuestra sociedad. El dinero lo justifica todo porque nos permite vivir con lujo, confort y porque nos hace considerarnos alguien. La cultura, la educación y la solidaridad no son valores preferenciales.

No estaría mal que se recuperara la utopía de que la persona y su dignidad deben ser el centro de la humanidad y, por tanto, de la actividad política. Los políticos deben ser servidores públicos, entregados a fomentar los derechos sociales y laborales de sus ciudadanos, articulando estos derechos con obligaciones éticas que permitan una sociedad cimentada en la igualdad y la libertad, subrayando que la política como valor ético no puede ser profesionalizada ni mercantilizada.