En un juego de latitudes y altitudes, el verso de Miguel Hernández se va haciendo cierto. Los almendros, según la altura de la tierra en la que se hayan enraizado, han florecido después de reventar las yemas de sus ramas. Mantos blancos y rosáceos han cubierto los campos. Algunos árboles que recibieron soles tempranos de invierno ya verdean en algunas zonas, compitiendo con los azules mediterráneos del mar. Todo es cuestión de la cota de las copas.

El mediodía geográfico ha dado cobijo a esta belleza generalizada poniéndole cara hermosa a una agricultura humilde. Más aún cuando tal pincelada de color ha coincidido con las nevadas sucesivas de los últimos días, de las penúltimas semanas. Sobre los hielos dulces hay pisadas que han dejado su reconocible huella humana o animal, y pétalos de algunas flores abatidas y rendidas a las gotas heladas. Pero son casos escasos.

La región de Murcia, que suele ser durante todo el año un olor, un aroma, una fragancia, en estos días se torna primavera adelantada, anuncio de volcán en erupción viva, adelantando el primer pie de azúcar, de nata hernandiana.

Los fríos no han amedrentado a los esplendores vegetales que resistieron con gallardía las bajas temperaturas que trajeron los duros vientos del norte y del sur, de los cuatro puntos cardinales. Y ahora, cuando el sol empieza a calentar las conciencias, se embravecen los almendros en flor, cuyo fruto endurecerá su piel a finales de verano y construirá turrones en fechas de paz.

El requerimiento floral está ante nuestros ojos de forma fugaz; se trata de un tiempo limitado para la alegría; para la textura que aterciopela los bancales, las fanegas de tierra de labor y cereal. El objetivo de la cámara ha de parpadear de forma inusitadamente nueva para regodeo estético y fotográfico.

Almendros florecidos en hileras, según se plantaron con precisión de tiralíneas, alineados en troncos ágiles que bailan o se retuercen, que se contonean por el talle carmelita, en honor a su sangre, que es savia. Gotas de nácar y caramelo en sus heridas de tala oportuna. Labores de labra a tiempo traerán cosecha justa y oportuna. Más allá del agosto aplastante.

El colofón es de miel, lo ponen las abejas que liban néctares; que van y vienen a los panales como obreras fervorosas. Los campos en flor de los almendros subliman los sentidos. Es el anuncio de la pronta novísima estación, la que Vivaldi popularizara.

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