Uno de cada cinco europeos que consume cocaína vive en España; uno de cada cinco. España es en la actualidad el mayor consumidor mundial de cocaína; se cree que un 4% de la población española toma esta droga de manera habitual, como quien toma churros con chocolate. Y hablando de chocolate: España es también el mayor consumidor de hachís y de drogas de diseño de toda la Unión Europea. En resumen, que en España das una patada a una piedra y sale un tío con un porro en la boca.

Hablar de la droga es algo complicado. Yo supongo que para las familias de los drogadictos -y para la sociedad en general- es mejor utilizar el eufemismo de que la droga es una enfermedad. Pero no lo es. Comparar -y más hoy en día- a un drogadicto con un enfermo es un agravio hacia los enfermos a los que les ha sobrevenido una auténtica enfermedad. Es cierto que hace veinte o treinta años nadie conocía los efectos nefastos de las drogas. No se explicaba en los institutos, no existían campañas de prevención, no existía Internet, no había el programa Callejeros y tampoco había ejemplos de amigos vivos -o medio muertos- donde comprobar esos efectos tan perniciosos. Por ello, puede que los jóvenes drogadictos que comenzaron a tomar drogas en aquellos tiempos pudieran ser considerados unos enfermos, aunque sea unos enfermos de conocimiento. En la actualidad, estamos rodeados de campañas y folletos explicativos sobre las drogas en institutos, cafeterías, farmacias, supermercados y estaciones de servicio, y existen ejemplos personales de hasta dónde pueden conducir las drogas. Además, las características de los drogadictos de hoy en día han cambiado. Un porcentaje importante son de clase media o media-alta, muchos de ellos jóvenes -y no tan jóvenes- con cien euros en el bolsillo para gastárselos en drogas todos los fines de semana, aunque luego vayan diciendo que hacen botellón porque las copas en las discotecas son caras. Pueden existir casos de personas con situaciones personales extremas o que viven en zonas marginales, qué duda cabe. Pero el drogadicto actual ya no suele vestir con harapos; viste con polo Lacoste, pantalón Pepe Jeans, zapatillas Nike, tiene las llaves de un Audi aparcado a las puertas de una discoteca y, sobre todo, hace alarde de tomar drogas frente a los amigos y las cámaras de televisión. Pero lo más vergonzoso es que mientras ellos dicen divertirse -antes de estrellarse con su coche tuneado contra una familia con hijos por ir ciegos de 'éxtasis'-, con ese dinero están financiando directamente a mafias organizadas que luego roban en nuestras casas. Pero la culpa no es sólo de ellos, sino de una estúpida sociedad que transmite una cultura lúdica y glamurosa del alcohol y de las drogas.

El Estado, es decir, todos nosotros, gasta una cantidad ingente de euros en ayudas a los drogodependientes. Es una tragedia, y -aunque muchos se han metido por propia voluntad- hay que ayudarles. Pero, también, sería importante comenzar a depurar responsabilidades, y pensar que si aquellos que se drogan merecen el apoyo económico a través de nuestros impuestos, un joven que hoy no se drogue y que encima tenga estudios debería recibir también toda nuestra ayuda económica, a parte de ser declarado monumento de interés turístico nacional.