El papa Francisco está revisando muchas cosas en la Iglesia. No le es fácil. Me parece que entre todos debemos crear un clima de deseos de renovación haciendo que no se apague el eco de los profetas que Dios suscita. Uno de estos hombres providenciales fue el cardenal Martini. Les cuento:

Los prelados que daban la conferencia de prensa, resumen de lo que había sido, en Roma, el II Sínodo Episcopal Europeo, iban aumentando en nerviosismo. Y, sin embargo, sucedía solo algo frecuente en tales convocatorias supuestamente informativas, cuando los portavoces del aparato de una institución ?de gobierno, partido político, etc.? desean dar la impresión de tranquilidad, positividad, triunfo. Mientras los «incordiantes» periodistas centran sus preguntas en aquello que la mesa quiere ocultar o infravalorar, allí, en Roma, aquello por lo que los periodistas se interesaban y los cardenales y obispos informantes eludían, o incluso desacreditaban, era la breve intervención sinodal ?tres minutos para exponer tres sueños? del cardenal jesuita Carlo María Martini, arzobispo de Milán.

Se ha resumido su intervención diciendo que pedía un nuevo concilio. Ciertamente, lo propuso para el próximo decenio. Y, como atestigua el nerviosismo citado, ello molestó al establishment de la curia romana y a los obispos europeos que comparten los planteamientos de control y evasión de las más serias cuestiones. Molestó que pidiera una asamblea episcopal universal, menos manipulable que las actuales reuniones sinodales. Y más, quizá, porque la simple propuesta de un concilio podría quedar como un brindis al sol, molestaron las cuestiones que enumeró para ser tratadas conciliarmente: eran las cuestiones que, precisamente, los convocantes de este II Sínodo Europeo habían procurado evitar.

Sin disimular el relieve de todo eso, me gustaría decir que la propuesta de Martini, desde su prestigio de buen biblista y obispo, de cristiano atento y cercano a las preguntas contemporáneas (el ejemplo típico son sus conversaciones públicas con Umberto Eco), todo ello, también su intervención sinodal, sin abandonar la moderación expresiva?, su propuesta, digo, iba bastante más allá de sugerir un concilio para el próximo decenio. Habló del próximo siglo. Y para todo él, soñó la reunión de vez en cuando de asambleas episcopales universales, de concilios ecuménicos. ¿Qué implica? La eclesialmente revolucionaria propuesta de sustituir el actual régimen de centralismo por uno más diverso y compartido y de mayor valoración de todo el episcopado. Martini, buen conocedor ?como Juan XXIII? de la historia de la Iglesia, desea volver para el tercer milenio a la práctica cristiana del primer milenio ?los concilios, universales o regionales, eran el lugar común de las grandes decisiones? y superar la práctica creciente en el segundo milenio de habitual dominio romano.

Pero volvamos a las cuestiones que el arzobispo de Milán enumeró como necesitadas de una reunión de todos los obispos («en una Iglesia cada vez más diversa en sus lenguajes»). Aludí antes a la habitual moderación expresiva de Martini. Pero moderación no se identifica con escamoteo. A veces, todo lo contrario. Antes de enumerar estas cuestiones, dejó dicho con toda claridad el problema básico de este sínodo, quizá de toda la etapa actual del gobierno eclesiástico: «Estos nudos disciplinares y doctrinales quizá han estado poco recordados en estos días».

Termino recordando el elenco de cuestiones que Martini enumeró para un posible nuevo concilio: la carencia, en algunos lugares ya dramática, de sacerdotes; el lugar de la mujer en la sociedad y en la Iglesia; la participación de los laicos en responsabilidades ministeriales; la sexualidad; la disciplina sobre el matrimonio; la práctica del sacramento de la penitencia; la relación con las Iglesias hermanas de la ortodoxia oriental y la necesidad de reavivar la esperanza ecuménica; la relación entre democracia y valores, entre leyes civiles y leyes morales. Desde el sentido común y popular, es indudable que Martini estaba cargado de razón al pensar que muchas de estas cuestiones exigen un nuevo tratamiento. Pero es comprensible que su propuesta moleste: han sido y son temas tabú.