LA CUEVA DE DOÑA CONSTANZA

Fray Gerónimo Hurtado, en un manuscrito del siglo XVI, firmado por él mismo, pero sin fecha concreta, nos viene a describir cómo era en aquellos días la costa de Cartagena y los lugares más destacados de esa zona del litoral. Son siete hojas folio con un pequeño plano del puerto de Cartagena del que destaca, también, su seguridad y el refugio natural que representa para los barcos en caso de tempestad. Da todo tipo de detalles. Asimismo, describe en la descripción que hace del lugar lo que representa para los barcos cristianos que allí encontraran abrigo necesario ante los ataques de piratas y berberiscos. Entre los puntos que recoge el estudio encontramos Almazarrón, con 250 vecinos. En el litoral de poniente destaca Argameca Menor y Mayor, el Pertux, el Azuía y Susaña y en el litoral oriental destaca el puerto de Escombreras, Portmán, la cala de las Avellanas y Cabo de Palos.

Pero lo que sin duda llama poderosamente la atención, ante la descripción realizada por este fraile, es la referencia a una cueva donde, según él y las historias que refiere, hay un gran tesoro compuesto por amatistas y otros metales preciosos. Sin duda puede tratarse de una de las muchas leyendas que, desde siglos anteriores, fueron transmitiéndose de padres a hijos y que corrieron en boca del vulgo aderezadas, eso sí, con un cierto misterio y excesiva imaginación. En su descripción del lugar habla, incluso, de personas que se han perdido en el interior de la cueva como si quisiera con ello prevenir a los aventureros o llamar la atención para los que decidieran adentrarse en el interior de la tierra en busca de estos tesoros que solo él parece conocer y que describe, desde luego, con singular maestría. Leyendo el relato la primera conclusión que se puede sacar del mismo es que, antes de describirlo en su crónica, lo ha conocido e incluso ha estado dentro del recinto pues cuenta hasta las medidas que tiene en su interior y hasta donde parece que entra el agua del mar.

Pero veamos que dice fray Gerónimo Hurtado referente a este tesoro que se centra en la cueva con el tesoro de amatistas.

«Está en un cerro llamado Portmán y poco antes una cueva, que llaman de doña Constanza: tiene la boca en la lengua del agua y entrando por ella se haya el cabo; el que más ha entrado habrá sido media legua y la gran oscuridad no osaré entrar más en ella. En el dicho cabezo de Portmán hay otras cinco o seis bocas de cuevas casi al modo de las que llaman en España de Hércules; son muy nombradas entre extranjeros, y dicen hay muchas piedras preciosas; se han sacado algunas, aunque no de mucho valor. Es cierto, pero las ha habido de gran valor y tamaño que a algunos sacaron de su pobreza. En mi tiempo han venido muchas veces extranjeros con memorias de estas cuevas y entrado en ellas casi una legua, y algunos han entrado y no se han visto más salir. Puede que el mar o la misma tierra los haya hecho suyos.

Está la cueva a dos leguas de Cartagena y a la frente desde cabezo la sierra adentro a la mano derecha, como una legua de la mar y aún menos hay más de 200 montones de escorias a tiro de piedra y de ballesta unos de otro, y algunos tan grandes, que cubren un hombre a caballo de una a otra parte.

Esto dicen han sido de minas de plata antiguas, y se tiene por cierto. Hoy sacan de estas escorias mucha cantidad de plomo y alguna plata muy fina, y es tanto el plomo, que se ha pedido de merced a su Majestad y el que la alcanzó viéndola a los que la fabrican».

LAS RELIQUIAS DE SAN FULGENCIOY SANTA FLORENTINA EN MURCIA

Gracias a las influencias del obispo Sancho Dávila, la ciudad de Murcia pudo tener en la Catedral de la Diócesis reliquias de san Fulgencio y santa Florentina. Fue, precisamente, durante el gobierno de este obispo cuando se terminó la portada anterior de la Catedral. Las reliquias de los ´santos de Cartagena´ llegaron a Murcia en el año 1593, concretamente en diciembre, pero quedaron depositadas en Espinardo, villa que pertenecía a don Juan Fajardo, hasta que estuviera todo preparado en la ciudad para recibirlas como merecían. La fecha escogida fue el día 2 de enero de 1594. Se organizó una solemne procesión y la ciudad se engalanó para tal acontecimiento. Se levantó en la Puerta de Castilla un gran arco de Triunfo ya que, por esa puerta, entraban las sagradas reliquias. Asimismo, se levantó otro cerca de este, en la que después se bautizaría con el nombre de ´Puerta de Santa Florentina´ para conmemorar la entrada del relicario de la hermana de san Fulgencio. Nada más cruzar este arco triunfal se levantaron monumentos a las ninfas: Juno, Palas y Venus. Cuando la procesión llegó a la plaza de Santa Catalina toda la ciudad se encontraba allí para recibir al cortejo. Ese enclave de la ciudad, el mas importante de la época, estaba bellamente engalanado con flores y laureles. Asimismo, se levantó un tablado para las autoridades y numerosas tribunas para los nobles. Después, y tras las alocuciones de bienvenida, las reliquias fueron trasladadas a la Catedral. Allí se celebró solemne pontifical oficiado por el obispo y numerosos sacerdotes diocesanos y demás miembros de comunidades religiosas. Pero no acabaron ahí los festejos pues, en los días siguientes, aprovechando el montaje en la plaza de Santa Catalina con el tablado montado para autoridades y las correspondientes tribunas, se representaron comedias y autos sacramentales e incluso ´justas de toros´ donde participaron los más notables caballeros de la ciudad. Los festejos duraron más de una semana.

LA CAMPANA MARIA DE LA FUENSANTA

?Una de las campanas más populares de cuantas se encuentran en la torre catedralicia es, sin duda alguna, la que fue bautizada como ´María de la Fuensanta´. Elevada al campanario en el mes de febrero de mil setecientos setenta y siete, fue realizada en unos talleres de Cartagena y fundida por el maestro Vicente Carbonell, natural de Mataró, pero afincado en la ciudad marinera desde su juventud, donde gozaba de justa y merecida fama como «herrero, armero y campanero». La ciudad de Murcia para celebrar la llegada de la «María de la Fuensanta» organizó grandes fiestas que costeó el Concejo.

FELIPE BLANCO, PERIODISTA OLVIDADO

Se le consideró en su momento uno de «los padres de la moderna prensa de Murcia» y formaba parte de aquel grupo que, desde finales del XIX a principios del XX, cambiaron el panorama informativo en la ciudad. Eran estos Rafael Almazán y Martín; Felipe Blanco de Ibáñez; Gabriel Baleriola y Albaladejo y José Martínez Tornel. Precisamente, este último nos da referencia del personaje en el obituario que escribe, tras su muerte, en el Diario de Murcia que dirigía. Está fechado el 25 de junio de 1908 y, Martínez Tornel, glosa la figura de este periodista: «Don Felipe Blanco, como hombre, no era más que un hombre de bien y bohemio, que nunca pensó en el día de mañana, pero como periodista se le puede considerar como uno de los fundadores en Murcia del periodismo moderno. Su Noticiero de Murcia, en el que yo escribí cuando se empezó a publicar, llegó a tener mil suscripciones en el mes primero de su vida. El Noticiero de Murcia, que ha vivido treinta y seis años con La Paz de Murcia del inolvidable don Rafael Almazán, son los primeros diarios del periodismo murciano. Laborando don Felipe Blanco y don Rafael Almazán por sostener sus respectivas publicaciones trabajaban por los periódicos que después habían de venir y la prensa de hoy no puede ser independiente ni a aquellos periodistas, ni a aquellos progenitores. Después vine yo, con mi Diario de Murcia; seguidamente vino don Gabriel Baleriola con sus Provincias de Levante y formalizamos -creo poder decir esto- el periodismo local, que al presente se encuentra hoy muy bien representado y continúa brillantemente la historia, cuyas primeras páginas modernas escribíamos Almazán, Blanco de Ibáñez, Baleriola y yo mismo».

LA MUERTE DEL GENERAL MARTÍN DE LA CARRERA

El pasado domingo, 24 de enero, se cumplieron doscientos cuatro años de la batalla librada en Murcia contra las tropas napoleónicas. Tal fue el fragor de la contienda, aquel día, que la lucha se desarrolló incluso cuerpo a cuerpo por las calles de la ciudad. Lo que hoy llamaríamos guerra de guerrillas. Las tropas francesas venían a las órdenes del general Soult y las milicias murcianas estaban bajo el mando del general Martín de la Carrera. La batalla más encarnizada se desarrolló en la calle de San Nicolás ya que, los ejércitos franceses habían llegado en tropel desde el ´camino de Madrid´ y habían entrado en la ciudad, sin apenas resistencia, por la ´Puerta de Castilla´ desde Espinardo.

Una vez dentro del recinto amurallado, la población se defendió con uñas y dientes dando lugar a numerosas escenas de heroísmo según refieren las crónicas. Pero en la calle de San Nicolás fue donde tuvo lugar el suceso más dramático ya que luchando por la ciudad resultó muerto el general defensor de la misma Martín de la Carrera. Una placa, en la citada calle, recuerda esta efeméride en la actualidad, si bien tiene la fecha cambiada pues hace referencia a la muerte del militar fechándola el día 12. Si bien, al recurrir a las actas del Concejo, vemos reflejado que el entierro del militar fue el día 27 y que al mismo asistieron todos «los miembros del Ayuntamiento y centenares de vecinos». Asimismo, en los libros de actas, queda constancia de la heroica defensa de la ciudad desde que las tropas francesas la invadieran una semana antes del referido día 12, fecha de la muerte de Martín de la Carrera.

ESCOBAS DE LOS FRAILES DE LA LUZ

Recordaran, los más mayores, que fueron muy populares las escobas y el chocolate que elaboraban los frailes del eremitorio de la Luz como medio de subsistencia dentro de la precariedad de su economía. Muchos murcianos, hasta hace relativamente poco tiempo, subían hasta la cercana sierra en busca de las preciadas tabletas de chocolate puro y otros también compraban las célebres escobas de palma que tanto usaban nuestras abuelas en la limpieza de las casas. Pues bien, esas escobas, se venían fabricando en el eremitorio desde el siglo XVIII. Hemos encontrado un dato muy revelador que habla de su origen. En el año 1709, los llamados Hermanos del Desierto de la Sagrada Congregación de la Virgen de la Luz se dirigieron al Concejo para pedir autorización y «poder cortar las cañas en terrenos comunales al objeto de hacer escobas». Esos terrenos, donde se levanta el eremitorio, eran y son propiedad del ayuntamiento de Murcia y, en aquellos años, el Concejo era el patrón de la ermita y el pequeño monasterio de ahí que, los frailes, pidan la debida autorización para cortar las cañas, ya que no tenían derecho alguno sobre los terrenos, y poder así fabricar escobas para sanear su pobre economía.