Las novias múltiples del cerezo esperan a los novios para decirles el ´sí quiero´ más esplendoroso posible. Blanco de nata, con que relevan a los almendros hernandianos por los yermos levantinos. Y alegres, muy enamoradas. Sus estambres de airosa estilización, mensajes proyectan de madrigales felices, que, como sutiles eternidades sumidas en una temporalidad fértil, simulan no acabar. Luego, cuando el Cosmos lo diga, rojas cerezas granarán la rama. Y la llenarán de otra alegría nueva: la del jugo y la muelle carnosidad de fruta pequeña, de inigualable potencia explotada en las papilas. Y el verso sale solo, sin ambages de métrica y retórica: «Como novias de rama / posando hermosas, / las flores del cerezo / coquetas posan. / ¡Que tanta es su belleza, / igual que rosas! / Del mes de abril, galano, / mirad sus novias. / Desde Jumilla vienen, / mis ojos rondan». Las flores del cerezo tienen un misterio universal que resplandece por la Tierra toda. Ríen, en silencio, sus nervios de novia primeriza, en compañía de sus hermanas, las otras novias, todas a pie de altar. Todas hermosas, todas radiantes y todas blancas.